Si el frío de la noche y la luz de la luna y las estrellas fueran un baño de tranquilidad, Tomás se habría quedado allí hasta desaparecer. Pero al menos el silencio nocturno lo cobijaba, y la fría arena en su espalda lo mortificaba lo suficiente como para recordarle que estaba solo. Sin duda, había caminado un largo trecho: llegar desde su casa hasta la playa tomaba al menos dos horas a pie, y, aun así, ni siquiera había pensado en la ruta cuando su cuerpo la trazó por sí solo.
La soledad limpiaba su mente, y el frío torturaba su cuerpo. Era el momento ideal para dejar que ese dolor purificara su alma, para expiar sus pecados. ¿Qué había hecho para merecer tanta desdicha? ¿Había cometido algún error imperdonable? Se sentía tan solo… ¿por qué simplemente no podía aceptar las pocas cosas buenas que tenía? La sonrisa de su amiga de la infancia, su nueva amiga Anais… Soledad. ¿Por qué se sentía tan indigno?
Cuando volvió a casa, faltaba poco para el amanecer, y aun así no pudo eludir sus tareas diarias. Lavó lo que había quedado sobre la mesa y en el fregadero, cocinó como todos los días. Ese era su momento de paz, el único en que la tranquilidad rebosaba su alma y la tortura de avanzar día a día se desvanecía. Al terminar, subió a su habitación y cayó rendido en la cama, agotado y herido. Hubiera dormido todo el día si el timbre no hubiera sonado un par de horas después. Su madre y su prima se habían ido. ¿Quién podría ser a esa hora?
Abrió la puerta, y al otro lado de la verja estaba Sunny, su amiga de siempre. Ella simplemente sonrió.
—¿Pensaste que te iba a dejar faltar a clases así sin más? —Abrió la verja y entró con la misma prestancia de quien se cree dueño del mundo—. Parece que lo pasaste mal, tienes unas ojeras que te llegan hasta los labios.
—Qué graciosa. —Tomás cerró la puerta tras de él—. ¿Tienes hambre? No he desayunado todavía.
—Yo tampoco. Pensaba comer algo en el colegio, pero cuando llegué, Anais me contó que te habían suspendido. No sé qué le pasa a ella… estaba triste, supongo. ¿Y tú por qué no me dijiste nada? ¿Acaso no somos amigos?
Tomás avanzó a la cocina y sacó unos huevos, luego puso unas rebanadas de pan en la tostadora.
—No lo sé. Supongo que en el momento estaba demasiado molesto como para llamarte. Además, fue por una pelea con Sam.
Sunny sonrió.
—¿Creíste que me iba a enojar contigo por golpear a Sam? A veces eres tan tonto… No me importa si pelean entre ustedes, soy amiga de Sam porque él es… o era, amigo tuyo.
Tomás la miró desde el otro lado del mesón.
—¿Café o té?
—Café. O me duermo aquí mismo. Aunque preferiría dormir en tu cama. ¿Hace cuánto que no venía a esta casa?
—Un par de años, por lo menos. Cuando vivías cerca, venías seguido. No sé por qué ya no vienes.
—Si te pasas trabajando, ¿cómo voy a venir? —Apretó un cojín en el sillón y se lo llevó al rostro—. Todo huele a ti en esta casa.
Ambos rieron, relajados.
—Planeas ir a la misma universidad que yo, ¿cierto? —preguntó Tomás con cierta inquietud.
—Ya te había dicho que sí. Pero tienes que ayudarme a estudiar para la prueba de admisión. No quiero retrasarte ni ser una molestia.
—Nunca eres una molestia. —Sacó los huevos de la sartén cuando la tostadora terminó su trabajo y puso todo sobre la mesa. Llenó dos tazas con café, una para cada uno—. Tengo que ir al antiguo colegio del profesor Krikett. ¿Quieres acompañarme?
Sunny se levantó del sillón y se sentó a la mesa.
—Está bien, si quieres que te acompañe, lo haré. Ahora dime una cosa tú a mí: ¿qué ha estado pasando en tu vida? ¿Por qué te despidieron de tu trabajo? ¿Por qué peleaste con Sam? ¿Por qué tienes una relación extraña con Anais, con la profesora Sofía, con el profesor Krikett…? ¿Por qué?
—¿Cómo sabes…?
Sunny lo interrumpió.
—Parece que no te das cuenta, pero soy tu amiga… y, además, tengo muchos otros amigos. Soy muy popular, después de todo. De hecho, deberías dar gracias por tenerme aquí. ¿Crees que no noto lo que pasa a tu alrededor? Hasta los profesores comentan lo que le dijiste a Sofía. ¿No crees que te estás pasando?
Tomás suspiró.
—Sunny, no sé qué estoy haciendo en realidad. Me despidieron porque descubrí a mi jefe teniendo un amorío a espaldas de su esposa.
La cara de espanto de Sunny no se hizo esperar.
—¿Es en serio?
—Es la verdad. Y eres la única a la que se lo he contado. Por Dios, no pongas esa cara.
—¿Pero cómo…?
—Ya te conté que me declaré a una compañera de trabajo. Lo hice, en parte, para confirmar que estaba saliendo con alguien… Y estoy seguro de que mi jefe y ella tenían una relación secreta. Su esposa lo sabía también. Cuando los descubrí, él me despidió a los pocos días. Sobre todo después de que me declaré a ella. Ahí tienes el motivo de mi despido. Pero no te preocupes, estoy buscando otro trabajo.
—En realidad, te creo. Pero si fuera solo eso, no habrías llegado tan lejos. Me imagino que, en verdad, tenías algo con esa mujer.
—No es que tuviéramos una relación… pero creo que fui su apoyo en medio de esa locura. Mientras ellos la engañaban, ella me sonreía y yo la ayudaba a reír. Teníamos una relación extraña, pero sincera. Creo que me quería, y yo a ella… pero no fuimos más que amigos. Supongo que, si no hubiera estado pasando por eso, nunca me habría prestado atención.
—Vaya… Y llevas todo este tiempo guardándotelo. ¿Estás loco?
—Un poco, quizá. —Vació su taza de café—. Respecto a las demás preguntas, son nimiedades. La profesora Sofía simplemente revisa mis manuscritos. Fue recomendación del profesor Krikett. Hablé demasiado con ella, creo que mi crítica en su contra se me fue de las manos. He pensado en pedirle disculpas… pero es una hipócrita, y me cuesta hacerlo.
Sunny lo miró por encima del borde de su taza.
—No pierdes nada con hacerlo. ¿Tanto te cuesta pedir perdón? Deberías escribir una disculpa y llevarla al colegio. Quizá te rebajen la suspensión.
—Usualmente no. No sé por qué no quería hacerlo, pero ahora que lo dices, parezco un imbécil. Quizá se me pasó la mano con ella, por eso me golpeó. Supongo que iré a pedirle disculpas cuando terminen las clases; no creo que sea bueno dejar que el tiempo pase de largo.
—¿Y con Anaís y Sam? Bueno, eso ya lo sabes. Sam cree que lo dejé mal con Anaís porque me gusta ella. Le expliqué que no, pero no quiere entender. Ella le dijo que, si quería una respuesta, debía declararse él mismo, pero él entendió lo que quiso y terminó golpeándome. La segunda vez que lo intentó, lo detuve y le devolví el golpe.
Sunny lo miró con una ceja alzada.
—Le gustas a Anaís, ¿lo sabías? Al menos eso creo. Pero no sé qué pasó con ese tal Alex al final.
—Eso dijo ella, que le gustaba… pero ni siquiera conozco a ese Alex —Tomás bajó la mirada.
—¿Por qué no le respondiste? ¿De pronto te volviste un cobarde?
—No sabía qué decirle. No quiero herir sus sentimientos.
—Mentiroso. Deberías verte en un espejo cuando hablas de esa mujer mayor. Estás enamorado de ella.
—Quiero una vida normal. No creo haberme enamorado de ella y, más que seguro, ella tampoco de mí. Cuando Anaís me dijo que le gustaba, pensé que quizá podría vivir una juventud normal, pero le estaría mintiendo. ¿Qué se supone que haga entonces?
—Demasiado complicado.
—Exacto. ¿Por qué todo tiene que ser tan complicado cuando lo único que quiero es paz?
Sunny se levantó y lo tomó del brazo.
—Mañana te acompañaré a donde sea que vayas a ver al profesor. Pero ahora tú y yo vamos a estar juntos hasta que le pidas perdón a la profesora.
Sin esperar respuesta, lo arrastró hasta la habitación de Tomás y, sin dudarlo, se dejó caer sobre la cama deshecha.
—Ven, acuéstate a mi lado.
Tomás la miró con nerviosismo.
—¿Estás segura?
—Ven de una vez, no es como si tuvieras el valor de hacerme algo —dijo, golpeando la cama con la palma abierta—. Apresúrate. Tienes que dormir para borrar esas ojeras de mapache.
Él sonrió con resignación y, sin discutir más, se acostó junto a ella, rígido como una tabla. Sunny, en cambio, se acomodó con total naturalidad. Tomó su brazo, apoyó la cabeza contra su pecho y lo usó para abrigarse a sí misma.
—Puedo sentir los latidos de tu corazón. ¿Estás nervioso?
—Claro que sí… es la primera vez que estoy con una mujer en mi habitación.
—No te olvides de que soy yo. No soy cualquier mujer, soy tu amiga. Relájate de una vez o no lo disfrutarás.
—¿Se supone que los amigos hacen esto? —preguntó, respirando hondo para calmarse—. Me la pones difícil.
—No pensé que me vieras como una mujer. Siempre me has tratado como a un hermano molesto.
—No es cierto, yo… —Titubeó un momento, dudando si decir lo que estaba a punto de decir—. Yo te quiero. Sabes que te quiero mucho.
—Claro que lo sé, y yo también te quiero a ti —respondió ella sin dudar—. No sé por qué buscas problemas con mujeres extrañas. ¿No tienes ya suficientes problemas en casa?
—Aprecio tu compañía, pero tus padres se van a preocupar si faltas a clases. Además, si faltamos ambos, comenzarán los rumores. Ya sabes cómo son.
—Mi mamá me dio permiso. De hecho, dijo que si no venía a verte, sería una pésima amiga.
Tomás suspiró, al fin relajándose.
—Suena a algo que ella diría.
—En verdad que eres terrible —murmuró Sunny, cerrando los ojos con satisfacción.
Se acurrucó aún más contra él, sintiendo que, con lo dicho, se había liberado de un enorme peso.
—No vas a huir cuando me quede dormida, ¿cierto?
—Si soy honesto… eso estaba esperando.
Deslizó los dedos entre el cabello castaño y sedoso de Sunny, acariciándolo suavemente. Era la primera vez que hacía algo así con una mujer y se sentía bien. Se sentía querido, de verdad.
—Oye, no te vayas a enamorar de mí, que tendrías que ponerte a la fila —bromeó ella, deslizando una mano sobre su pecho con una sonrisa juguetona.
Estuvieron así largo rato, en silencio, simplemente disfrutando de la presencia del otro. Era la primera vez que Tomás acariciaba la cabeza de Sunny, y la primera vez que ella estaba tan cerca de un hombre. Ambos sintieron un cosquilleo nervioso en el estómago, una sensación extraña pero agradable.
Y desearon, aunque fuera por un instante, que ese momento durara para siempre. Porque, al salir de la habitación, la realidad era dura y muy distinta.