Cuando llega el invierno (parte 1)

Durante el receso de almuerzo, Tomás fue arrastrado por Sunny a pedirle disculpas a la profesora. Su idea era que una carta de disculpas y un acto de arrepentimiento le acortaran el castigo. Al menos, esa era la idea.

Mientras subían la colina hacia la preparatoria, el rostro de Tomás pasó de la calma a la tensión, hasta dar lugar a una repulsión genuina.

Sin embargo, Sunny podía ser bastante perceptiva de vez en cuando, aunque la mayor parte del tiempo estaba demasiado ocupada en sus pensamientos y múltiples actividades como para demostrar esa habilidad.

—¿Podrías cambiar la cara de muerto?

—Perdón. En realidad, no quería venir.

—No te comportes como un niño ahora —replicó Sunny. Sabía muy bien que, si le quitaba la mirada y lo soltaba, volvería corriendo a esconderse en su casa.

—Ellos me humillaron, lo sabes bien. ¿Por qué tendría que pedir perdón yo? ¿No debería ser al revés?

Sunny se detuvo sin soltar la mano de Tomás y lo miró con algo de fastidio.

—No te acobardes ahora.

—Qué… No me estoy acobardando. ¿Ellos me atacaron a mí y yo debo pedir perdón? ¿Estás bromeando?

—¡Ya basta! ¿Quieres estar encerrado dos semanas en casa? ¿Crees que ahí estarás bien, en la soledad? ¿Eso quieres? ¿Revolcarte en la soledad?

Tomás bajó la mirada, avergonzado.

—Está bien, no tienes por qué enojarte tanto.

—Eres tú el que me hace enojar —suspiró largamente, como liberando todo su enfado.

Tomás agradeció que Sunny nunca se enojara por mucho tiempo. Su personalidad chispeante y voluble tenía cosas buenas, como esa: nunca guardaba rencor, odiaba y perdonaba con facilidad. Aunque, a veces, eso mismo le jugaba en contra.

En el camino, Tomás se arrepintió varias veces, y Sunny lo arrastró otras tantas. Hasta que finalmente lo dejó frente al salón de profesores.

—No puedo entrar contigo.

Tomás la miró de reojo.

—¿Acaso crees que soy un niño?

—No digas nada mejor, porque comienzo a pensar que sí —respondió con tono burlón.

Tomás se acercó a la puerta, pero antes de entrar le preguntó:

—¿Me vas a esperar aquí?

Ella le guiñó un ojo, sonriendo. Claramente, esta situación le causaba gracia.

Tomás dejó que una bocanada de aire llenara sus pulmones y avanzó por el salón. Algunos profesores lo miraron como diciendo: "¿Qué hace este aquí?". O al menos, así lo sentía él. Atravesar el salón requirió de una buena dosis de valor, sobre todo cuando Sofía notó su presencia y le siguió con la mirada mientras se acercaba.

Cuando llegó frente a Sofía, se miraron fijamente durante unos segundos, en silencio, como si en el salón solo estuvieran ellos. Esta vez, Sofía lo miró con compasión, como quien encuentra a un cachorro herido. Finalmente, le hizo un gesto para que se sentara a su lado.

—No esperaba que vinieras, honestamente.

—No vengo a pelear, si eso es lo que le preocupa.

—Tranquilo, en realidad estuve pensando que quizá fui injusta contigo. Pero las reglas son las reglas.

—Pierda cuidado. En realidad, venía a pedirle disculpas.

Sofía arqueó una ceja, incrédula.

—¿Hablas en serio?

—Lo suficiente.

—Bueno, no esperaba que fuera de otra manera en cuanto entraste. Sin embargo, me gustaría escuchar esas no tan sinceras disculpas.

Tomás miró por un par de segundos hacia la puerta. Sunny no estaba vigilándolo. Por suerte.

—Lamento haberla ofendido, profesora —bajó la mirada. En realidad, sí se sentía arrepentido—. Le pido disculpas —le tendió la mano en un gesto sincero.

Sofía la estrechó de igual forma.

—Supongo que con esto puedo disminuir tu castigo a una semana —y, sin soltar la mano de Tomás, agregó—: Si te disculpas con Samuel, podría rebajar más el castigo. ¿No te interesa?

—¿Qué cree usted?

Soltó la mano de Tomás.

—Supongo que eso es un no. Tú te lo pierdes, esta clase de ofertas no son habituales.

—Una semana de vacaciones me parece genial, honestamente.

—Sinvergüenza.

—Así es.

Sofía le devolvió una sonrisa de alivio. De alguna manera, sintió que se disculpaban entre ambos. Él, por lo que había dicho sin control alguno. Ella, por haberlo golpeado… aunque quizá no tanto.

Abrió uno de los cajones de su escritorio y le devolvió su manuscrito.

—Ya está revisado. Tiene potencial, pero no para ser un éxito comercial. Es más un libro para ti mismo. No creo que alguna editorial se interese.

—No era la intención de todas maneras.

—Pues deberías pensar en algo que sea ambas cosas: tan personal como comercial. Editar libros es un negocio, al fin y al cabo. Nadie va a apostar por un libro que nadie querrá comprar.

—Es un buen punto —en realidad, lo había pensado antes, pero el negocio editorial era algo que nunca consideraba en sus manuscritos.

—Toma esto también —dejó un folleto sobre el manuscrito—. En algunos meses es el concurso de invierno de Editorial Élan. Queda suficiente tiempo para escribir algo bueno. Deberías aprovechar esta oportunidad.

—¿Un concurso? —Tomás frunció el ceño.

—Tienes que probarte a ti mismo. Encontrar lectores reales es parte de escribir, dejar que todos prueben un trozo del pastel.

—Y que pongan sus dedos sucios en él.

—Claro, no todos los comensales son iguales. No te presionaré, pero deberías tomar las oportunidades cuando vienen a buscarte.

Tomás se puso de pie.

—Lo pensaré con seriedad.

—Eso espero. Nos vemos la próxima semana.

—Nos vemos.

Salió del salón, pero esta vez ni siquiera pensó en las miradas que lo atravesaban.