Cuando llega el invierno (parte 2)

El autobús traqueteaba sobre la carretera en su camino hacia la ciudad donde se encontraba el Seminario San Uriel. La suspensión de Tomás le había dejado mucho tiempo libre, y Sunny, con su entusiasmo inagotable, había decidido que la mejor forma de aprovecharlo era embarcarse en esta búsqueda. Por supuesto, la mayor parte del viaje se la pasó dormida con la cabeza apoyada en la ventana o comiendo bocadillos que sacaba de su mochila como si tuviera un almacén infinito dentro de ella.

Tomás, en cambio, no podía relajarse. Miraba distraído por la ventana, observando los campos y las casas que pasaban a toda velocidad, pero su mente estaba en otro lugar. La imagen del profesor Krikket, pálido y frágil en su cama, no se le iba de la cabeza. No era un hombre que se quejara o pidiera ayuda, y, sin embargo, en su última conversación con él, había sentido que, de alguna manera, le estaba pidiendo que lo hiciera.

—Llegamos —anunció Sunny con voz pastosa, desperezándose y estirando los brazos como si despertara de un letargo de siglos.

Tomás bajó del autobús detrás de ella, sintiendo el aire fresco de la ciudad pegándole en la cara. El Seminario San Uriel estaba en la ladera de una colina, con su fachada de piedra gris y sus ventanales estrechos que le daban un aire solemne y algo intimidante. Se miraron un instante antes de avanzar hacia la entrada.

Dentro, el ambiente era silencioso y sobrio, como si el tiempo allí se moviera más lento. Preguntaron por el profesor Krikket o alguien que hubiera trabajado con él en su época. Después de unos minutos de espera, los llevaron a la oficina de la subdirectora.

Era una mujer de cabello entrecano recogido en un moño y mirada perspicaz. No sonreía, pero tampoco era hostil. Los miró con curiosidad antes de hablar.

—Me dijeron que preguntaban por Emanuel Krikket. Yo trabajé con él. ¿Qué asunto los trae hasta aquí?

Tomás, sin rodeos, respondió:

—Está muriendo. Y no tiene a nadie. Estamos buscando a alguien que pueda ayudarnos a dar con el paradero de su familia.

La subdirectora alzó las cejas, sorprendida. Luego suspiró y se apoyó en el escritorio, cruzando las manos.

—No sé cuánto pueda ayudarlos en ese sentido… Krikket dejó este lugar en circunstancias extrañas. En su momento, se dijeron muchas cosas. Que hubo violencia, que su esposa lo echó de casa… incluso discutieron aquí, en la sala de profesores. Fueron momentos muy tensos, pero en ese entonces yo era apenas una profesora en práctica, prefería mantenerme lejos de los problemas. Lo que puedo asegurar es que ambos daban clases en este colegio, pero la verdad nunca quedó del todo clara.

—¿Entonces ella también se fue? —preguntó Sunny, inclinándose hacia adelante.

—Sí. Él se fue primero, y ella no tardó en imitarlo. No sé a dónde fueron. No éramos amigos, pero…

Hizo una pausa, como si estuviera debatiéndose si debía continuar o no. Finalmente, abrió un cajón de su escritorio y sacó un pequeño papel con un número escrito a mano.

—Si realmente quieren saber más, deberían hablar con Eleonor García. Ella sí era amiga de la esposa de Krikket. Ya no trabaja aquí, pero quizás pueda decirles algo.

Tomás tomó el papel y asintió en señal de agradecimiento.

Cuando salieron del seminario, el sol comenzaba a bajar, tiñendo el cielo de un naranja melancólico.

—Llámala ya —dijo Sunny, rebosante de ansiedad.

—Podemos esperar a llegar…

—¡No! Llama ahora. No me aguanto la curiosidad.

Tomás suspiró, sacó su teléfono y marcó el número. El tono de llamada sonó una, dos, tres veces. Nadie contestó.

—Otra vez —insistió Sunny.

Marcó de nuevo. Silencio.

—Tal vez no puede contestar ahora —murmuró Tomás, sintiendo una leve frustración.

—O tal vez no quiere… —Sunny frunció los labios, como si estuviera considerando mil teorías a la vez.

Sin más que hacer, tomaron el autobús de regreso. El viaje de vuelta fue más silencioso. Sunny, aunque seguía comiendo bocadillos, parecía menos entusiasmada. Tomás se recostó contra el asiento, con el número de Eleonor García todavía en su mano, preguntándose qué haría ahora.