Tomás se quedó mirando el teléfono en su mano.
Había prometido llamar pronto.
No es que le molestara hacerlo, pero la verdad es que tampoco lo habría hecho de no ser porque ahora tenía demasiado tiempo libre. Entre la suspensión del trabajo y su rutina en pausa, no tenía excusas para postergarlo más.
Marcó el número, llevándose el móvil al oído.
—Vaya, ¿llamando tan pronto? —respondió Soledad con una ligera risa.
—Dijiste que llamara, ¿no?
—Sí, pero pensé que tendrías que reunir valor antes de hacerlo.
Tomás suspiró, escuchando el sonido de tijeras al fondo.
—¿Estás ocupada?
—No mucho. Puedes venir a la peluquería si quieres.
—¿Para qué?
—Para cumplir tu promesa —dijo con un tono que le pareció una trampa—. Acompáñame un rato.
Tomás dudó, pero terminó aceptando. Mejor eso que quedarse en casa dando vueltas.
✦ ✦ ✦
La peluquería era pequeña pero acogedora. Soledad le indicó que se sentara en la silla frente al espejo, con una sonrisa divertida en los labios.
—Aprovechemos para repasar tu corte.
—No creo que haga falta.
—Claro que hace falta, no seas testarudo. Además, la última vez estabas tan nervioso que apenas te dejaste tocar.
Tomás no discutió más y se dejó hacer. Soledad trabajaba con calma, repasando con tijeras los contornos de su cabello.
—Te movías un montón, ¿recuerdas? —comentó con diversión—. Casi me haces cortar más de lo debido.
—Es la primera vez que me cortaba el cabello en una peluquería.
—Eso explica mucho.
Soledad continuó con su labor con manos ligeras, hasta que, sin previo aviso, rodeó los hombros de Tomás con sus brazos y apoyó su barbilla sobre su cabeza.
Tomás tembló de inmediato.
—¿No te dije que debías ser más confiable? —murmuró ella con una sonrisa traviesa.
—Me sorprendiste.
—No es como si fuera la primera vez que estamos así. En el café, estuvimos tomados de la mano todo el rato.
—Eso fue fingido.
Soledad rio suavemente.
—No era fingido.
Tomás parpadeó, sintiendo cómo el calor subía a su rostro.
—¿Qué…?
—Era práctica. Para cuando tengas una verdadera novia.
Lo miró por el reflejo del espejo y se echó a reír.
—¡Mira cómo te sonrojaste! No puedes ser así de fácil.
Tomás apretó los labios, sintiendo el calor en su rostro.
—Deja de burlarte.
—No puedo evitarlo, es divertido verte así.
Soledad continuó con su trabajo, repasando con esmero los pequeños cabellos sueltos en su frente. Cuando ya casi había terminado, se inclinó un poco y depositó un beso en su mejilla.
Tomás se quedó inmóvil.
—¿Alguna vez has besado a alguien?
Él negó en silencio.
Soledad no dijo nada, solo sonrió mientras sacudía los restos de cabello de su rostro con una brocha. Justo en ese momento, la puerta de la peluquería se abrió y entró una clienta.
—Espera ahí un momento —dijo Soledad antes de girarse con su mejor sonrisa profesional para atenderla.
Tomás se levantó, aún sintiendo el calor en su mejilla, y se sentó en los asientos de espera.
No podía evitar pensar que Soledad disfrutaba demasiado haciéndolo sonrojar. Se dejó caer en el asiento de espera mientras Soledad atendía a la clienta. Antes de girarse completamente, le guiñó un ojo, como diciéndole que la observara en acción.
Él, aún sintiendo el calor en su mejilla, le devolvió una sonrisa pequeña, aunque seguía avergonzado.
Soledad trabajaba con destreza, manejando las tijeras y el peine con facilidad, al tiempo que sostenía una conversación ligera con la señora, que parecía una clienta habitual.
—Así que su hija se va a casar —comentó Soledad—. ¡Qué lindo! ¿Y el novio es buen partido o tenemos que ir a ponerlo a prueba?
La clienta rio, meneando la cabeza.
—Es un buen muchacho, muy trabajador. Pero claro, siempre hay un poco de nervios.
—Eso es normal. Imagínese, si da miedo cortarse el cabello, ¡imagínese casarse!
Tomás, que escuchaba en silencio, no pudo evitar sonreír.
—Por cierto —dijo de pronto la clienta, mirando por el espejo—, ¿ustedes dos son novios?
Tomás sintió que se le detenía el corazón por un segundo.
Soledad sonrió con picardía.
—¿Por qué lo dice?
—Por cómo se miraban en el espejo. Se notaba una complicidad entre ustedes.
Soledad ladeó la cabeza y, sin perder la oportunidad, dijo con una exagerada dulzura:
—Pues claro, ¿no es así, cariño?
Se giró levemente para mirar a Tomás, esperándolo con una sonrisa encantadora.
Tomás sintió que su mente iba a mil por hora. No sabía si negarlo, seguirle el juego o simplemente hundirse en la silla y desaparecer.
Pero si decía que no, tal vez avergonzaría a Soledad frente a la clienta.
Así que, con toda la dignidad que pudo reunir, asintió.
—Sí…
Soledad puso una mano en su pecho, fingiendo emoción.
—¡Awww, qué lindo eres! Siempre tan atento conmigo.
Tomás suspiró, resignado.
Soledad siguió con la broma, mientras terminaba el corte de la clienta.
—Verá, señora, él es un poco tímido, pero en realidad es un novio adorable. Siempre me acompaña cuando se lo pido, aunque proteste un poco.
—Eso es amor —dijo la clienta con una sonrisa.
—¡Exacto! Amor es cuando alguien te soporta incluso cuando lo fastidias un poquito —dijo Soledad con dramatismo—. ¿Verdad, mi vida?
Tomás suspiró.
—Sí…
La clienta rio con gusto.
Cuando Soledad terminó el corte, la mujer se miró en el espejo y asintió, satisfecha.
—Te quedó precioso, como siempre.
—Gracias, gracias, aquí siempre a su servicio.
La clienta se levantó, sacudiéndose el cabello suelto de los hombros.
Antes de salir, les dirigió una última sonrisa.
—Hacen una linda pareja.
Tomás, que ya había recuperado algo de compostura, abrió la boca para aclarar la situación, pero Soledad fue más rápida.
—¡Lo sabemos! —respondió con una gran sonrisa.
Cuando la puerta se cerró detrás de la clienta, Soledad se giró hacia Tomás con una expresión traviesa.
—¿Ves? Ya tenemos la bendición de la gente.
Tomás se cubrió el rostro con una mano.
—No tienes remedio…
Soledad se echó a reír.
—Pero admito que me sorprendió que siguieras el juego.
Tomás desvió la mirada.
—No quería avergonzarte.
Soledad se inclinó levemente, observándolo con interés.
—¿Y por qué te preocupas por eso?
Tomás abrió la boca, pero no supo qué responder.
Soledad sonrió, divertida.
—Eres interesante, Tomás.
Se giró y comenzó a limpiar el área, como si nada hubiera pasado.
Tomás se quedó en su asiento, mirando su reflejo en el espejo. No podía evitar preguntarse si de verdad solo lo estaba molestando… o si había algo más. Su mente llena de preguntas que no lograba responder. ¿Soledad solo estaba bromeando o había algo más? La posibilidad de que fuera algo real le provocaba una inquietud que no entendía del todo. Pero al final decidió no darle demasiadas vueltas.
Es su forma de ser, pensó. Alegre, espontánea… con todos debe ser así.
Mientras tanto, Soledad seguía limpiando los restos de cabello del asiento y el suelo con la misma despreocupación con la que lo había estado molestando. Pero no dejaba de mirarlo de reojo con una sonrisa traviesa.
Tomás se removió en su asiento y, con una pizca de miedo a la respuesta, preguntó:
—¿Por qué lo haces?
Soledad se detuvo un instante, apoyando las manos sobre la escoba.
—¿Hacer qué?
—Eso…— murmuró Tomás, evitando su mirada—. Tratarme como si… bueno, ya sabes.
Soledad ladeó la cabeza con curiosidad y, tras un segundo de silencio, suspiró con una leve sonrisa.
—Deberías relajarte un poco. No todos tienen intenciones ocultas.
Él frunció ligeramente el ceño, pero no replicó. Soledad volvió a lo suyo, pero su comentario se quedó en su mente más tiempo del que le hubiera gustado.
Después de limpiar, Soledad sacó un par de tazas y preparó café.
—Toma, mientras esperamos a que llegue otro cliente.
Tomás aceptó la taza con un pequeño "gracias" y se quedó en silencio, dejando que el calor de la bebida le ayudara a calmarse.
—¿Sabes qué creo? —dijo ella de repente, girando la cuchara dentro de su café—. Que te tomas todo demasiado en serio.
Tomás la miró de reojo.
—¿Eso crees?
—Ajá. Tienes una manera de ver la vida demasiado rígida. Siempre con cuidado, siempre midiendo lo que haces o dices.
—No veo qué tiene de malo ser precavido.
—No tiene nada de malo. Pero también puedes permitirte disfrutar un poco más —dijo ella con una sonrisa—. Hay cosas que no tienen que tener un propósito. A veces las cosas son lo que son.
No supo qué responder.
Soledad le contó un par de historias sobre clientes y anécdotas de la peluquería. Él, poco a poco, fue relajándose y participando más en la conversación. Aunque de vez en cuando Soledad volvía a tratarlo como si fueran pareja, lo que le hacía encogerse en su asiento.
Pasaron un par de horas y atendieron a varios clientes en el proceso.Sin darse cuenta, había disfrutado su tiempo allí más de lo que esperaba.
Cuando llegó la hora de irse, se puso de pie y se acomodó la chaqueta.
—Tengo que irme a trabajar.
Soledad, que en ese momento atendía a una nueva clienta, se giró hacia él con una gran sonrisa.
—¡Oh! Mi amor se va a trabajar —dijo con un tono exageradamente dulce.
Tomás sintió que se le encendía la cara.
—S-Soledad… por favor.
—Que te vaya bien, amor —añadió sin inmutarse.
La clienta observó la escena con curiosidad y una sonrisa divertida.
Tomás, con la cara ardiendo, apenas pudo murmurar una despedida antes de salir apresurado de la peluquería.
Cuando la puerta se cerró, Soledad sonrió para sí misma antes de volver a su trabajo, como si nada hubiera pasado.