Cuando llega el invierno (parte 14)

Ajeno a los comentarios y haciendo oídos sordos a los susurros que aún flotaban en los pasillos, los días pasaron con más facilidad de la que Tomás hubiera imaginado. Aislarse del mundo siempre había sido una tarea sencilla para él, pero aquel día… algo era distinto. La tensión era palpable, como si estuviera cargado por una corriente eléctrica.

Había mantenido una distancia calculada de Sofía, sin miradas ni palabras, tal como habían acordado. También de Anaís, cuya hostilidad crecía con una constancia casi matemática, y de Sam, que ya ni siquiera fingía indiferencia: simplemente lo ignoraba, como si fuera parte del mobiliario escolar. Sunny era la única que seguía igual, como si nada hubiese cambiado. Quizás porque en su mundo, el caos era el estado natural.

Durante el horario de almuerzo, Tomás estaba sentado solo, como de costumbre, mirando por la ventana. El cielo gris del invierno colgaba sobre el colegio, pesado y silencioso, anunciando lluvia. A él le encantaban los días fríos, pero detestaba la idea de mojarse con el uniforme. Frunció el ceño, fastidiado por anticipado. Suspiró. El murmullo constante de los estudiantes conversando, corriendo por los pasillos, golpeando puertas, riendo, gritando, todo formaba parte de ese caos cotidiano que, aunque predecible, le resultaba incómodo.

Pensaba en lo irónico que era que todo siguiera igual, cuando por dentro todo parecía desmoronarse, cuando notó algo fuera de lo común: un grupo inusualmente grande de estudiantes comenzaba a reunirse en el fondo del patio. Se irguió en su asiento, entrecerrando los ojos para distinguir mejor. La curiosidad se transformó en una punzada en el estómago cuando reconoció, entre el tumulto, a Sunny y a Samuel frente a frente.

—Mierda —murmuró.

Se puso de pie de golpe y salió a toda prisa de la sala, bajando las escaleras casi corriendo. Otros estudiantes también iban en esa dirección, excitados, murmurando entre risas nerviosas que "estaban peleando en el patio". Sintió el corazón retumbarle en el pecho.

Cuando llegó, tuvo que abrirse paso entre los cuerpos apiñados, todos hambrientos de drama. El ambiente estaba cargado. Entonces, el sonido seco de una bofetada cortó el murmullo como un relámpago.

—¡Eres un traidor infame! —La voz de Sunny, quebrada por la rabia, le atravesó el pecho.

A empujones, logró abrirse paso justo a tiempo para ver la escena: Samuel con la mano en la mejilla, ojos encendidos. Detrás de él, Anaís y sus inseparables, todas con sonrisas que oscilaban entre la burla y el morbo. Sunny temblaba, fuera de sí, con las mejillas encendidas y el cuerpo tenso como una cuerda a punto de romperse.

Tomás no necesitó entender. Solo supo que tenía que sacarla de ahí.

Se acercó decidido y le tomó el brazo con firmeza.

—Vamos. Salgamos de aquí.

Ella lo miró, sorprendida por un instante, como si acabara de recordar que él existía. Pero la furia la dominó de nuevo.

—¡Déjame! ¡Este bastardo está esparciendo rumores con esas arpías!

—Está bien, déjalos. Todo son mentiras. No vale la pena —le susurró él, conteniendo la rabia, consciente de todas las miradas.

Sunny levantó la mano de nuevo, dispuesta a soltar otra bofetada, pero Tomás la sujetó con ambas manos, suave pero firme, y comenzó a arrastrarla lejos del grupo.

—¡No me detengas! ¡Voy a darles su merecido! ¡A ustedes también, perras! —gritó, girando el rostro hacia el grupo de Anaís mientras se alejaban.

Las risas no tardaron en brotar, venenosas, y Tomás sintió cómo hervía su sangre, pero no soltó a Sunny. Sabía que si se detenía ahora, todo sería aún peor.

Tomás no soltó el brazo de Sunny hasta que estuvieron lo suficientemente lejos del bullicio. Cruzaron el pasillo lateral del gimnasio y se internaron en la zona donde se guardaban los materiales deportivos. Era un rincón polvoriento y olvidado, al que nadie prestaba atención, con muros desconchados y olor a humedad. Ahí, al abrigo de las miradas, finalmente la soltó.

Sunny se liberó de su agarre con un gesto brusco, jadeando como si hubiera corrido un kilómetro cuesta arriba. Se llevó las manos al rostro, furiosa, pero también a punto de quebrarse.

—No puedo creerlo… ¡No puedo creer lo que dicen! —espetó, dando un manotazo al aire—. ¡Los escuché! A ellos… a todos. Se reían, Tomás, se reían como si supieran algo que nosotros no. Como si fuera verdad. Como si tú y ella… como si tú… ¡Como si tú fueras un maldito monstruo!

Tomás se quedó en silencio. El eco de las palabras de Sunny pareció rebotar en las paredes descascaradas.

—Decían que ella está enamorada de ti —continuó, más agitada—. Que por eso la golpeaste, que por eso te defendió. ¡Que el concurso es solo una excusa para seguir viéndola! ¿Puedes creerlo? Y ahora todos repiten lo mismo, como si lo hubieran visto con sus propios ojos. ¡Como si fuera una novela que les encanta mirar desde la ventana!

Él dio un paso hacia ella. Le dolía verla así, en ese estado que no era rabia pura, sino una mezcla confusa de miedo, impotencia y lealtad mal entendida. Le sostuvo las manos, primero con cuidado, luego con firmeza.

—Ey, Sunny… escúchame —dijo con la voz lo más suave que pudo reunir—. Agradezco lo que hiciste allá afuera, en serio… pero no puedes hacer esto por mí. No así.

—¡¿Y qué quieres que haga?! ¿Que me quede callada mientras dicen que te acostaste con una profesora para participar en un concurso?

—Que te cuides. Que no te metas en este juego —dijo él, abrazándola sin pedir permiso—. No mereces que te suspendan por defenderme. Ni tú, ni yo nos merecemos eso. Y ella… ella menos.

Sunny se quedó inmóvil unos segundos en sus brazos. Luego, poco a poco, fue aflojando el cuerpo. Su respiración temblaba, como si estuviera conteniendo el llanto.

—Lo siento… es que no soporto ver cómo hablan de ti. Cómo te miran. ¡No es justo!

—No, no lo es —admitió él, con una sonrisa amarga—. Pero hacer un escándalo no va a callarlos. Al contrario, ahora tienen más material.

El sonido de pasos apresurados los hizo separarse. Un inspector, con el rostro grave, les indicó que lo siguieran sin más palabras. No necesitaban preguntar a dónde los llevaban.

**

El salón de profesores tenía esa mezcla extraña de lo solemne y lo doméstico. Libros amontonados, tazas de café vacías, carpetas abiertas… y, en medio de todo, Sofía sentada detrás del escritorio, con los dedos entrelazados y la mirada clavada en ellos.

No alzó la voz. No fue necesario.

—¿Quieren explicarme qué pasó? —preguntó, con un tono tan calmo que dolía más que un grito.

Tomás sintió el estómago apretarse. No era rabia lo que había en los ojos de Sofía, era decepción. Y eso le calaba más hondo que cualquier castigo.

Sunny abrió la boca, pero él se le adelantó.

—Fue mi culpa. Yo la saqué del salón. Quería evitar que todo se saliera de control. Ella solo intentaba defenderme.

Sofía frunció los labios. Miró primero a él, luego a Sunny, que bajaba la cabeza con los ojos brillando.

—¿Y qué parte de "mantener distancia" no entendiste, Tomás? —preguntó, con la voz más baja aún—. ¿Crees que esto ayuda? ¿Crees que me ayuda?

Él tragó saliva. No tenía respuestas. No que pudieran cambiar lo que había pasado.

—Me importa tu manuscrito, me importa tu talento —continuó ella—, pero esto… esto no puede repetirse. Lo que se está diciendo ya me afecta como profesional. Ahora, además, tengo a una alumna golpeando a otro en mi nombre. ¿Qué creen que va a decir el colegio?

Nadie respondió. El silencio se volvió una sentencia.

—La dirección está enterada. Van a citar a sus apoderados. Y ambos quedarán bajo observación durante lo que resta del semestre. Otro incidente… y están fuera.

Tomás sintió un escalofrío en la espalda. No por él, sino por ella. Por Sofía. Porque la imagen que había construido frente a sus colegas, frente al colegio entero, empezaba a desmoronarse. Todo por una historia que nadie sabía de verdad. Que solo imaginaban, distorsionaban, reinventaban.

—¿Puedo seguir participando en el concurso? —preguntó, finalmente.

Sofía asintió, casi con cansancio.

—Sí. Pero nos comunicaremos solo por correo. ¿Está claro?

Tomás asintió. No dijo más.

Cuando salieron del salón, Sunny caminaba detrás de él, en silencio. Ya no estaba alterada. Solo… cansada. Como si le hubieran quitado algo sin darse cuenta. Como si de pronto, defender la verdad ya no fuera suficiente.