Cuando llega el invierno (parte 15.5)

El tic-tac del reloj de pared marcaba el paso de los minutos con cruel insistencia. En su habitación, Tomás estaba encorvado sobre el escritorio, con el computador encendido y el manuscrito abierto frente a él. La luz cálida de la lámpara iluminaba las teclas gastadas y los márgenes plagados de anotaciones. Afuera, la lluvia repiqueteaba contra los vidrios con una cadencia casi hipnótica.

Intentaba concentrarse en una escena clave: el reencuentro entre sus dos personajes principales, un momento de revelación emocional. Había escrito y borrado la misma línea al menos siete veces. Las palabras no fluían. Algo en su pecho lo apretaba, como si una sombra antigua se hubiese sentado a su lado.

Se reclinó en la silla, cerró los ojos por un instante, y sin quererlo, la imagen vino a él.

Amelie, de rodillas frente a él, tomándole las manos con tanta delicadeza, como si tuviera miedo de romperlo. Su voz, suave pero firme, diciéndole que no venía a reemplazar a nadie. La cena torpe. El llanto inevitable. El abrazo. Ese instante, perdido en la infancia, en el que creyó —aunque fuera solo por un momento— que quizás todo podría estar bien otra vez.

Abrió los ojos de golpe. Una punzada lo atravesó desde el centro del pecho, como si el recuerdo se hubiese afilado con los años.

Apoyó los codos en el escritorio y se cubrió el rostro con las manos. No lloraba, pero había algo húmedo y espeso en su garganta. ¿Cuánto hacía que no pensaba en esa noche? ¿Cuánto hacía que no reconocía ese primer intento, sincero y torpe, de construir algo entre ellos?

Quizá no siempre fue así —pensó—. Quizá hubo un momento en que realmente quiso intentarlo.

Abrió los ojos y se obligó a volver al manuscrito. Releyó el último párrafo, y esta vez, sin pensarlo demasiado, escribió:

"No necesitamos ser perfectos. Solo tenemos que estar ahí cuando el otro se rompe."

Las palabras fluyeron después de eso, como si una compuerta se hubiese abierto. Siguió escribiendo en silencio, con el eco de la memoria aún presente, pero ya no tan doloroso.