Al día siguiente, Sunny y Tomás estaban citados junto a sus respectivos apoderados en el colegio. Tomás, sin embargo, había preferido no decirle nada a Amelie. No quería sumarle más peso a su espalda ni arriesgarse a una conversación que sabía que ninguno de los dos estaba preparado para tener.
Así fue como, puntuales como pocas veces en la vida, llegaron Sunny y su madre al colegio, con Tomás caminando a su lado como quien va hacia su propio juicio.
Susan, la madre de Sunny, era el tipo de mujer de la que nadie habría adivinado que tenía una hija de casi dieciocho años. Su apariencia juvenil combinaba a la perfección con su energía inagotable. Era, básicamente, Sunny multiplicada por diez: empalagosa, avasalladora, y casi imposible de detener una vez que una idea se le instalaba en la cabeza.
Mientras esperaban que el inspector los hiciera pasar a su oficina, Susan aprovechó para ponerse al día con Tomás. —Mi pequeño —lo abrazó como si fuera su propio hijo— ¡Es impresionante lo mucho que has crecido, ya pareces un hombre! —apretó la mejilla de Tomás con sutileza.
—Hola, tía —rio algo incómodo, pero también le alegraba verla.
—Mírense los dos, dándole problemas a su tía favorita. —Se golpeó el pecho como si viniera a salvarlos a ambos.
—Ah, mamá, no me hagas pasar vergüenza, por favor —replicó Sunny al ver que su mamá comenzaba a subir rápidamente el nivel de euforia.
—Tranquila, mi cachorra, todo saldrá bien. Déjenmelo a mí.
El inspector abrió la puerta de su oficina y los hizo pasar.
—¡Inspector! ¡Qué gusto verlo otra vez! —exclamó Susan al entrar a la oficina, tomada del brazo de su hija y arrastrando suavemente a Tomás como si fuera otro más de sus hijos. Susan tomando las manos de sus dos hijos.
Tomás apenas pudo esbozar una sonrisa incómoda.
—La madre de Tomás no pudo venir —continuó Susan, con toda naturalidad—, me presento también como su apoderada. Su mamá está demasiado ocupada con su trabajo y no le dieron permiso para venir, ya sabe, el mundo moderno no perdona.
El inspector, que ya se veía venir una reunión compleja, los invitó a sentarse. Empezó a hablar con tono formal, repasando los hechos, las denuncias de conducta inapropiada, las peleas en el patio, los rumores que seguían creciendo como hongos después de la lluvia.
Pero Susan no se quedó callada. Cruzó los brazos con dignidad y lo interrumpió con una sonrisa firme.
—Yo, la verdad, no sé cómo es que permiten que en este colegio sigan circulando esos comentarios horribles contra un estudiante ejemplar como Tomás. Y lo que es aún peor: contra una profesora. —¿Dónde están los protocolos, las sanciones contra los verdaderos responsables? —dijo clavando la mirada en el inspector. Éste iba a responderle, pero ella lo interrumpió diciendo —Es más, me parece muy cruel que en vez de buscar a los culpables acaben citando a estos dos pequeños.
Levantó el rostro de Sunny con dulzura, sosteniéndolo con ambas manos.
—Mírela, mírela bien. Esta niña no sería capaz de herir a nadie. Pero por defender a su amigo de la infancia, recurrió a la violencia. No porque sea una problemática, sino porque tiene corazón. En vez de castigarla, deberían premiarla por enfrentar el acoso escolar de frente.
El inspector carraspeó, un poco airado por las constantes interrupciones.
—Señora…
—¿Señora? —replicó ella.
El inspector frunció el ceño —Señorita, el colegio no ha permanecido de brazos cruzados. Hemos intentado controlar los rumores, pero usted comprenderá que la imaginación de los adolescentes de hoy es... demasiado activa. Se inventan historias cada vez más sorprendentes. Pero, en vista de lo sucedido, retiraremos la condicionalidad. Confiamos en que esto no se repetirá.
Susan se puso de pie con elegancia, acomodándose el abrigo.
—Y yo espero que este nivel de acoso tampoco se repita, porque estoy muy decepcionada. Ahora, si me disculpa, mis pequeños tienen que volver a clases y yo debo llegar a casa a tiempo para ver mi novela favorita.
—Por supuesto, señora… señorita. Disculpe. No le quito más tiempo.
Los tres salieron de la oficina con una sensación de victoria entre los labios. Habían zafado. La amenaza de suspensión se había desvanecido gracias a la actuación estelar de Susan, quien ahora se pavoneaba como si hubiese ganado un juicio internacional.
Pero Tomás lo sabía. Sunny también. Eso no detendría los rumores.
De hecho, apenas unas horas después ya circulaba una nueva versión: que Sofía había intercedido por Sunny y Tomás para que no los suspendieran. La historia se distorsionaba con cada repetición, adornándose con detalles falsos pero sabrosos, como que Sofía había llorado en la oficina del inspector o que había amenazado con renunciar si expulsaban a Tomás.
Ninguno de los dos hizo intento alguno por negarlo. No serviría de nada. En un colegio como ese, las verdades importaban menos que las historias que se querían creer.
Pero al menos, por ahora, habían ganado un respiro. Susan les clavó a ambos un beso en la frente y se marchó llena de orgullo.
Tomás y Sunny se miraron con la risa en los labios.
—No digas nada, yo también me río de ella a veces, pero es mi mamá —le dijo Sunny, a punto de reírse.
—No diré nada, lo prometo.