La noche cayó como una sábana pesada sobre la ciudad.
Desde la ventana de su habitación, Tomás observó las luces de los postes parpadear entre la bruma del aire frío. Había silencio en casa. Amelie y Daniela ya se habían retirado a sus habitaciones, y el murmullo lejano del viento apenas acariciaba el vidrio empañado.
Pero él no podía dormir.
Había algo en su pecho, una inquietud suave, pero persistente, que no lo dejaba en paz. Se sentó frente al escritorio, encendió la lámpara de luz cálida y abrió su computador. El archivo de su manuscrito estaba ahí, esperándolo como una promesa aún por cumplir.
Pasó las páginas con rapidez, buscando el final. El epílogo.
El cierre de todo.
Pero ya no lo sentía completo.
Había algo que necesitaba decir.
Algo que aún no había escrito, porque no había sido capaz de entenderlo hasta ahora.
Las últimas semanas le habían dado tanto…
Demasiado, quizá.
Había reído, llorado, amado en silencio. Había cuidado de alguien que no sabía cómo cuidarse, y se había aferrado a alguien que no sabía cómo dejarlo ir.
Soledad.
Sofía.
Dos estaciones distintas. Dos historias que habían cruzado su vida como cometas encendidos, dejando estelas imposibles de ignorar. No sabía cómo terminarían, si alguna lo acompañaría hasta el final, si alguna vez dejarían de doler.
Pero sí sabía que habían cambiado algo dentro de él.
Y eso merecía ser escrito.
Puso los dedos sobre el teclado y comenzó a escribir.
No como antes, no desde el dolor o la frustración.
Sino con una extraña serenidad. Con gratitud.
“Hay personas que llegan a tu vida en estaciones inesperadas.
Algunas traen el invierno consigo y aprenden a sobrevivir entre la escarcha,
otras florecen contigo, aun cuando prometieron que solo serían pasajeras, como la bruma.
Algunas se marchan, como lo hacen las hojas al viento.
Pero todas, todas dejan algo.
Y si eres afortunado, ese algo se transforma en palabras.
Porque mientras el corazón recuerde, no hay adiós que dure para siempre.
A ellas, que fueron estaciones imposibles de olvidar.”
Cuando terminó de escribir, se quedó mirando la pantalla durante un largo rato.
No sabía si a Sofía le gustaría el cambio. Probablemente no. A veces ella quería que las heridas se cerraran en silencio, que no se dijeran en voz alta. Pero si algún día leía la versión final, quizá lo entendería.
Y si Soledad lo leía…
Bueno, tal vez ese beso no había sido solo un error.
Tal vez, aunque no hubiera segunda parte, había sido una despedida con amor.
El epílogo que no se dice en voz alta, pero se guarda en la piel.
Guardó el archivo, cerró el computador y apoyó la cabeza sobre sus brazos.
Había terminado.
Finalmente.
Mañana enviaría su manuscrito al concurso.
Y aunque no sabía qué pasaría después, al menos eso ya estaba hecho.
No había certeza en su vida.
Pero ese final…
Ese final era suyo.
Y quedaría para siempre.