El reloj marcaba las 20:45 cuando Laura bajó la cortina metálica del Big Root. El chasquido final, seco y metálico, resonó en el interior del local como un eco de clausura. Por fin, el día había terminado. Tomás se encontraba en la cocina, recogiendo los últimos utensilios, con el delantal ya manchado de grasa, cebolla y algo de harina que no recordaba haber usado.
Laura entró al local desde la puerta trasera, donde había estado hablando por teléfono con uno de los proveedores. Sus mejillas todavía estaban enrojecidas por el frío de la noche. Sus pasos eran lentos, pero había una ligereza en sus hombros que Tomás no recordaba haber visto hace algunas semanas.
—Parece que sobrevivimos otro día —dijo ella, apoyándose en el marco de la puerta que daba a la cocina.
Tomás levantó la vista y le sonrió cansado.
—Con más clientes de lo habitual… quizás sea la primavera.
—O quizás… —Laura avanzó hacia él, sacándose el abrigo—… sea porque los números al fin están empezando a cuadrar. Un poco.
Tomás se quedó mirándola, ladeando la cabeza, como si intentara descifrar si hablaba en serio.
—¿De verdad? ¿Eso significa que ya no estamos en modo “emergencia total”?
Laura rio, una risa suave, que se le escapó como si no tuviera permitido disfrutarla del todo.
—No todavía, pero se siente como si la cuerda dejara de apretarnos el cuello por unos días.
Tomás dejó el cuchillo que estaba limpiando y apoyó las palmas en el mesón de acero inoxidable.
—Entonces es justo cuando tu papá debería comenzar a descansar más.
—¿Qué?
—Hoy tuvo que irse a media jornada. Estaba claramente en mal estado. No lo va a decir nunca, pero se le notaba. —Tomás hizo una pausa, bajando la mirada antes de continuar—. Si esto sigue mejorando, al menos los días en que yo venga a cubrir el turno, él debería quedarse en casa.
Laura lo miró, cruzando los brazos con fuerza.
—No va a querer.
—Pero tiene que. Si se enferma de verdad… no quiero ni pensarlo.
—Lo hablaré con él —dijo al fin, con una expresión más seria—. Pero ya sabes cómo es… se aferra a esa cocina como si su vida dependiera de eso.
—Tal vez… —Tomás la miró con un gesto cómplice—… porque sí depende. Pero eso no significa que tenga que desgastarse hasta el final. El restaurante también puede seguir sin que él lo lleve todo solo. Tienes a Alelí. Me tienes a mí.
Laura bajó un poco la mirada, como si esas palabras la tocaran más de lo que pensaba.
—Gracias, Tomás.
Él se encogió de hombros, quitándole peso al asunto.
—Estoy aquí porque quiero estar. Me gusta este lugar. Me gusta trabajar contigo… aunque a veces parezcas más jefa que compañera —agregó con una sonrisa.
Ella sonrió también, cansada pero genuina.
—Eso fue casi un cumplido.
—Fue exactamente un cumplido.
Ambos rieron suavemente. El silencio que siguió no fue incómodo. Laura se acercó al mesón y se sentó en uno de los taburetes altos, observándolo mientras terminaba de secar los utensilios.
—No sé cómo lo hiciste hoy. Aguantar todo el turno solo en la cocina es… mucho. Más de lo que parece.
—Eso mismo me pregunto —bromeó Tomás—. Pero creo que fue el tipo de día en que uno entiende por qué vale la pena resistir.
Laura lo miró con atención. Y sin decirlo, sintió que no hablaba solo del restaurante.
—Te debo una hamburguesa —dijo al final—. He visto cómo te cargas esto sin quejarte, y no todo el mundo lo haría.
—Una hamburguesa no basta —respondió Tomás, fingiendo indignación—. Al menos deberían ser papas con doble salsa.
—Trato hecho.
Ambos rieron una vez más. Y durante unos segundos, el Big Root pareció más cálido, más suyo. Como si el trabajo compartido hubiera tejido entre ambos algo que ya no era solo profesional, sino personal. Un vínculo real.
Tomás terminó de limpiar y colgó su delantal. Cuando se giró, Laura seguía sentada en el taburete, mirando el suelo.
—¿Todo bien? —preguntó él, acercándose.
—Sí… —dijo ella alzando la vista—. Es solo que… por un momento, creí que todo esto se me iba a ir de las manos. Y ahora, aunque no sea perfecto, tengo la sensación de que va a estar bien. Y eso es raro. Raro y bonito.
Tomás asintió.
—Yo también creo que va a estar bien.
Ella le sonrió con una dulzura distinta, y sus ojos se quedaron en él un segundo más de lo necesario.
—Bueno —dijo finalmente, poniéndose de pie—. Vamos, te acompaño a la puerta.
—¿No vas a quedarte a revisar las cuentas como siempre?
Laura negó, mientras se abrochaba el abrigo.
—Hoy no. Hoy quiero volver a casa… con la sensación de que el mundo no se está cayendo a pedazos.
Salieron juntos por la puerta trasera, la noche aún tenía un leve frío, pero el aire ya era más limpio. Más nuevo.
Primavera al fin parecía abrirse paso, lentamente, entre los escombros del invierno.