El cielo se había vestido de gris, pero no llovía. Una bruma suave cubría los prados del Parque Memorial, ese cementerio moderno donde el concreto y la naturaleza se entrelazaban con una estética sobria, casi elegante. No era un lugar que evocara tristeza en apariencia, pero Tomás sentía que el silencio allí pesaba mucho más que en ningún otro sitio.
Había llegado temprano, más por necesidad que por protocolo. No quería ver a la gente llegar, solo observar desde lejos, como si el estar ahí demasiado presente pudiera quebrar algo dentro de él. Se colocó bajo la sombra de un árbol alto, apartado del grupo principal.
El funeral del profesor Emanuel Krikket, contra todo pronóstico, había reunido a mucha gente.
Exalumnos, colegas, antiguos directores de departamento, rostros que Tomás no conocía y que sin embargo hablaban con familiaridad sobre ese hombre al que él había amado en silencio como a un mentor, como a un padre. Sofía estaba entre ellos, no en un rincón, sino justo cerca del féretro, con esa expresión contenida y solemne que adoptaba cuando algo la afectaba más de lo que quería mostrar.
Como profesora. Como exalumna. Como alguien a quien también había salvado, tiempo atrás.
Tomás no se acercó.
No debía hacerlo.
Había compartido los últimos días del profesor, sus últimas confidencias, sus sonrisas finales. Había tenido el privilegio de leerle, de acompañarlo cuando ya nadie más lo hacía. Eso era suyo, y solo suyo. No necesitaba ocupar un lugar visible para validar ese amor.
El murmullo de las conversaciones flotaba en el aire. Algunos hablaban de las clases del profesor, de sus lecciones, de su sentido del humor seco y su rigor académico. Había flores, muchas, demasiadas quizá. Parecía el adiós a un gran académico, no al hombre frágil y generoso que lo había escuchado hablar de su madre muerta, que le había acariciado el hombro cuando temblaba, que le había dicho que su libro era hermoso, incluso si nunca llegaba a publicarse.
"Ese hombre dejó todo listo antes de partir", pensó Tomás, con una mezcla de ternura y asombro.
Así era él. Había organizado su propia despedida sin avisar a nadie. Nadie tuvo que correr ni llamar ni decidir nada. Todo estaba dispuesto, cada detalle cuidado.
Eso también era amor.
Tomás observó el ataúd con las manos en los bolsillos. Había imaginado un adiós más íntimo, incluso más triste. Pero ahora, viendo la cantidad de personas que habían llegado, sintió algo distinto. Algo que no se parecía al rencor, pero que se le acercaba.
Ninguno de ellos lo fue a ver.
Ninguno había estado ahí mientras el profesor se apagaba con lentitud, entre susurros y páginas. Nadie, salvo Sofía, lo había acompañado cuando el aliento comenzaba a escasear y la voz era un eco lejano.
Pero no era momento para eso.
Tal vez así debía ser. Tal vez era mejor un adiós lleno de palabras y flores, que una habitación vacía con dos o tres personas en silencio. Quizá el profesor lo sabía.
El oficiante tomó la palabra y habló de legado, de la enseñanza, de vidas tocadas por el conocimiento. Sofía escuchaba atenta.
Tomás mantuvo la mirada baja, porque no podía mirar el ataúd sin sentir que el aire se le negaba.
Cuando llegó el momento de dejar las flores, algunos pasaron en silencio. Otros lloraban. Una mujer mayor, exdirectora del colegio, dejó una carta plegada con cuidado. Un antiguo alumno depositó un libro con una dedicatoria.
Tomás no llevó nada.
Solo el peso en su pecho.
No lloró. No era el lugar. No era el momento.
El profesor no hubiera querido eso.
Así que solo cerró los ojos un instante, apretó los labios, y dio las gracias en silencio.
Gracias por esperarlo. Gracias por leer su libro hasta el final. Gracias por no soltar su mano.
Cuando todo terminó, se quedó unos minutos más, con las manos quietas, el cuerpo inmóvil, como si eso pudiera sostener su presencia un poco más. Sofía no lo vio. O tal vez sí, pero no dijo nada. Cada uno vivía su duelo a su manera.
Finalmente, Tomás se giró, metió las manos en los bolsillos y se marchó caminando despacio.
A la espalda dejaba un montón de flores, un montón de gente, y un féretro de madera clara.