Hasta que digas adiós (parte 4)

Sofía apoyó la frente contra la puerta en cuanto esta se cerró. Sus dedos aún temblaban. No por el beso en la frente, no por las palabras que Tomás le había susurrado antes de marcharse, sino por todo lo que no se habían dicho.

Sabía que solo estaría fuera unos días, que era un viaje breve, que volvería. Pero eso no hacía más llevadera la idea de su ausencia. Porque esos días se estirarían como una cuerda tensa entre los dos, cargados de lo que no había pasado, de lo que no se había permitido.

Se giró con lentitud, observando el departamento en silencio. Todo estaba igual. El sofá aún conservaba el calor de sus cuerpos juntos, la taza de café seguía en la mesa, apenas tocada. Pero la ausencia de Tomás llenaba el lugar como si se hubiera llevado el aire consigo.

Caminó hasta la ventana y apartó un poco la cortina. Lo vio salir del edificio, con su mochila al hombro, caminando con paso decidido hacia la estación. No miró atrás. Y ella se lo agradeció. Si lo hubiera hecho, probablemente habría corrido a detenerlo.

—Estúpido —murmuró, con una media sonrisa húmeda en los labios.

Porque Tomás era todo eso: torpe, obstinado, bueno, generoso… y, sin saberlo, había ocupado cada rincón de su vida en silencio. Como si se deslizara por debajo de la piel, hasta convertirse en parte de su rutina, de su forma de existir.

Se dejó caer sobre el sofá con un suspiro y cerró los ojos. Ya no quedaban excusas para seguir negando lo que sentía. Ya no podía decirse que era gratitud, ni simple cariño, ni el resultado de la tristeza compartida.

Era amor.

Era lo que se le formaba en el pecho cada vez que lo veía cocinar para ella. Era lo que le apretaba la garganta cuando él le tomaba la mano sin pedir permiso. Era lo que la había hecho llorar en silencio la noche anterior, después de que le besó la frente con más ternura de la que podía soportar.

Pero era un amor que no podía tener nombre. Que no debía tener espacio.

Porque si se lo permitía, si lo dejaba crecer, sabía que se aferraría a él. Y ella no podía hacerle eso. No después de haber empezado a volar otra vez.

En unos días se sabría el resultado del concurso que ella había enviado. En unos días, podría tener que irse del país. Podría cambiar todo.

—Solo unos días —susurró, como si eso la consolara.

Pero ya sabía que esos días serían los más largos.

Porque Tomás no solo se había ido a recibir un premio. Se había llevado algo de ella consigo.