El sonido de la puerta al cerrarse con suavidad no despertó a Daniela, pero a Amelie sí. Abrió los ojos con lentitud, confundida por un instante, hasta que el leve eco de pasos y el aroma de comida recién hecha la golpearon como una revelación. Se sentó en la cama, estirándose sin apuro. Había vuelto. Tomás estaba en casa.
No necesitó verificarlo. El olor a pan tostado, café y huevos ya era una confirmación más que suficiente.
Se colocó una bata sobre los hombros y salió de la habitación arrastrando las pantuflas. El sol de la mañana entraba débil por las ventanas del pasillo, y al llegar a la cocina, encontró la mesa puesta. Todo como siempre: dos platos, pan caliente en una cesta, mantequilla en un platillo, huevos revueltos en la sartén aún humeante.
Un suspiro se le escapó sin querer. No era el desayuno el que le provocaba esa sensación de alivio... era la rutina.
—Volviste —murmuró para sí, apenas audible.
Desde la cocina no escuchaba pasos. Tomás ya debía haberse marchado al trabajo. Se acercó a la cafetera y sirvió una taza, tomando un sorbo con ese silencio solemne que solo se tiene por la mañana.
—¡Daniela! —llamó con voz más fuerte—. ¡Baja a desayunar antes de que se enfríe! Ya no hay excusas, se acabó la pizza.
Hubo un ruido amortiguado desde el segundo piso, seguido de pasos rápidos por las escaleras. Daniela apareció con el cabello alborotado y una expresión de medio sueño en el rostro.
—¿Ya volvió? —preguntó mientras se sentaba y miraba la mesa con los ojos abiertos de par en par—. ¡Gracias al cielo! Estaba a un pedido de comida más de convertirme en hamburguesa.
Amelie sonrió sin decir nada, pero en sus ojos había algo parecido a la gratitud.
—Agradece que cocina para ti. Yo no voy a hacerlo —dijo, fingiendo severidad mientras le alcanzaba el jugo.
—Lo sé —respondió Daniela con una sonrisa perezosa—. Pero igual, gracias por no quemar la casa intentando cocinar.
—Por favor —replicó Amelie, cruzándose de brazos—. Solo no quise hacerlo. No por falta de capacidad, sino de ganas.
Daniela rio entre bocados, y por un momento, la cocina se llenó de una calidez que había faltado en los días anteriores. No era gran cosa, solo desayuno. Pan, huevos, café.
Pero con Tomás de vuelta, la casa volvía a oler a hogar.