Hasta que digas adiós (parte 14)

Sofía lo estaba esperando.

Lo había visto desde la ventana cuando cruzó la calle, su figura alargada cargando la mochila al hombro, su expresión más serena que en los últimos días. Le abrió antes de que golpeara la puerta.

—Buenos días —dijo ella con una media sonrisa, el cabello recogido con descuido y una camisa que claramente no era de salir, sino de escribir.

—¿Estás lista para tu almuerzo de cumpleaños anticipado?

—Ni siquiera es esta semana.

—Pero ya me estoy preparando para celebrarte con comida todo el mes, así que comienza la temporada de celebraciones.

Ella rio, abriéndole paso con un gesto teatral.

—Qué generoso... Chef Lambert.

—Cuando cumples años una vez al año, hay que compensar bien —replicó él, entrando como si fuera su casa, porque en muchos sentidos, ya lo era.

La mesa estaba medio puesta, pero Sofía claramente había estado escribiendo. El manuscrito que trabajaba estaba junto a su taza de café vacío. Tomás dejó su mochila sobre una silla y comenzó a sacar algunos recipientes de su bolsa térmica.

—Hoy traje arroz con vegetales salteados, y una tarta de espinaca y queso. —Le mostró el tupper con orgullo— Y sí, hay postre.

—Me estás malcriando —dijo Sofía, observándolo con los brazos cruzados.

—Ese es el plan.

Cuando comenzaron a almorzar, entre risas y anécdotas triviales, Sofía levantó su copa de agua con una expresión de resignación teatral.

—¿Crees que puedo pedir permiso para beber media copa de vino, al menos? Vamos, me lo merezco… por todo lo que no he bebido últimamente.

—Déjame ver... —Tomás fingió pensarlo mientras daba un bocado a su comida— Media copa, solo si prometes comer bien todo el almuerzo.

—Me estás tratando como una niña —rio ella, alzando la ceja.

—Una niña con potencial de genio literario que a veces se olvida de que el vino no es un grupo alimenticio.

Sofía se levantó con parsimonia y fue por la botella. Sirvió cuidadosamente solo media copa, la levantó con un gesto casi solemne y dijo:

—Por tu paciencia.

—Y por tu estómago —replicó Tomás.

Chocaron suavemente sus copas. En ese momento el reloj del microondas marcaba las 13:17. Un instante cualquiera. Pero entre ellos, cargado de una intimidad tranquila, cálida, nacida no de grandes gestos sino de todo lo que compartían sin palabras.

Tomás no se lo dijo, pero durante el almuerzo, de vez en cuando, bajaba la mirada hacia su mochila cerrada.

Dentro, dormía un libro que ya tenía dueña.