Hasta que digas adiós (parte 13)

Los árboles comenzaban a vestirse de verde fresco, las calles olían a flores recién abiertas, y el sol ya no era tímido al cruzar las ventanas del aula. Tomás aprovechaba cada minuto del día como si su tiempo se agotara. Durante las clases se concentraba al máximo, y en los recreos ayudaba a Sunny con sus estudios para la prueba de admisión universitaria. A veces corregía ejercicios con ella en la biblioteca, otras veces repasaban bajo un árbol del patio. Todo era parte de una rutina que parecía armoniosa desde fuera.

Iba al Big Root día por medio, hasta el cierre. Allí, el calor de la cocina, el aroma de las especias y el bullicio constante lo ayudaban a mantenerse en movimiento. El resto del tiempo, sin falta, lo dedicaba a Sofía.

Pasaban juntos las tardes de los martes y jueves, todas las noches de los sábados, y los domingos completos. Ella escribía. Y él la acompañaba, silencioso muchas veces, preparando café, cortando frutas, cocinando platos que dejaba listos para la semana. La cuidaba con esmero, como si fuera una princesa cansada de la vida o —más a menudo— una niña malcriada con el corazón roto que recién comenzaba a sanar.

Así transcurrió poco más de un mes. Un mes en el que cada instante al lado de ella era una joya y, al mismo tiempo, una cuenta regresiva.

Cada noche, al volver a casa, Tomás se sentaba a escribir con una necesidad que rozaba la desesperación. Sentía que debía capturar cada emoción, cada silencio, cada mirada de esos días. Lo hacía no solo para no olvidar, sino para honrar lo que había vivido, lo que aún vivía. Sabía que ella se marcharía. Lo veía en sus ojos cuando lo miraba demasiado tiempo. Cada risa compartida era también una despedida silenciosa.

Una vez, cuando no eran tan cercanos, le había gritado que escribiría mientras su alma ardiera. Y ahora, su alma ardía como nunca antes. No de rabia, ni siquiera de tristeza... sino de amor.

Las palabras brotaban sin esfuerzo, como si ya estuvieran escritas en algún lugar profundo de su ser y solo debiera liberarlas. La historia que escribía no necesitaba planificación: nacía sola, florecía como la primavera que comenzaba a envolverlo todo.

Cuando al fin terminó el manuscrito, lo imprimió con cuidado. No quiso poner el título en la computadora. Tomó una pluma y, con su letra firme pero áspera, escribió sobre la portada:

“Fuiste tú.

Por Tomás L.”

Luego pasó la página y escribió una dedicatoria en tinta negra, con una caligrafía temblorosa:

“A ti, que llenaste mi alma,

que me diste un motivo,

que me sostuviste sin pedir nada a cambio.

No importa dónde vayas,

siempre te amaré.”

Al alejarse del manuscrito, sus manos temblaban. Cerró los ojos y, por primera vez en mucho tiempo, lloró en silencio, dejando que las lágrimas cayeran con libertad. Prefería llorar ahora, cuando aún la tenía cerca, que dejar que el dolor lo destrozara el día que la viera partir.

Apagó la luz, y en la penumbra sacó de debajo de su cama un pequeño cofre de madera. Lo abrió con cuidado y lo colocó sobre las cobijas.

—Mamá, —susurró— te he contado tantas cosas buenas últimamente que casi parecía que la vida se había calmado… Supongo que era solo una pausa. —Bajó la mirada— He intentado hacerlo bien. No quiero arrepentirme, no quiero ser como él...

Su voz se quebró un instante. Luego inspiró hondo.

—Como dijo don Giorgio: “alguien tiene que mantenerse firme”. Ella me necesita entero, y eso haré. Solo espero... solo espero que sea muy feliz. Pero la voy a extrañar.

Acarició una de las cartas dobladas que guardaba en el cofre, como si al hacerlo pudiera sentir la presencia cálida de su madre por un instante. Luego lo cerró con delicadeza y lo volvió a guardar bajo la cama.

A la mañana siguiente, cuando abrieran las tiendas, iría a empastar el manuscrito. Lo había terminado a tiempo, antes de que ella se fuera. No se lo daría aún. No debía saberlo. Ese libro era un secreto, un regalo sellado con amor, que solo debía abrirse cuando él ya no estuviera cerca.

Porque dentro de esas páginas, estaban sus días juntos.

Y su despedida.