Hasta que digas adiós (parte 22)

El verano había llegado como una ola lenta y ardiente.

Desde su nueva ciudad, Sofía sentía el calor filtrarse por las ventanas del apartamento, un calor distinto al de casa, más seco, más claro, menos familiar.

Ese día, mientras repasaba mentalmente el calendario, algo le pinchó la conciencia: el cumpleaños de Tomás.

No recordaba el día exacto, y eso la molestaba un poco. Había olvidado tantos cumpleaños sin importancia a lo largo de su vida, pero este no era uno de esos.

Este no debía pasar desapercibido.

No importaba si se adelantaba.

Lo importante era el gesto.

Lo importante… era él.

Abrió su aplicación de videollamadas y marcó.

Tomás tardó unos segundos en contestar. Cuando su rostro apareció en pantalla, Sofía sonrió como si el mundo se volviera más real por un momento.

Él estaba en su departamento, vestido con una camiseta gastada, el cabello algo revuelto, con una escoba en la mano.

—¿Estás limpiando? —preguntó ella, sin poder evitar la risa.

—Siempre limpio los fines de semana —respondió, con su voz serena—. No importa si nadie va a venir, me hace sentir… más ordenado por dentro.

—¿Aunque nadie lo vea?

—Tú estás viendo.

La frase quedó suspendida en el aire. Ella bajó la mirada por un instante.

—Solo llamaba para saludarte… supuse que tu cumpleaños sería por estos días.

—Dos semanas más —respondió él con una sonrisa tierna—. Pero gracias por adelantarte.

Sofía suspiró. Se quedó unos segundos sin hablar, mordiéndose el labio.

—Te extraño —dijo al fin, en voz baja.

La sinceridad le salió como un suspiro sin permiso. Pero no se arrepintió.

Del otro lado, Tomás dejó la escoba apoyada contra la pared y se sentó frente a la cámara.

—Yo también te extraño —respondió sin dudar, y sus palabras eran tan cálidas, tan limpias, que Sofía sintió un nudo en la garganta.

—Pero estoy bien —agregó ella—. Estoy escribiendo mucho. Tengo ideas para una novela nueva…

—¿Una sobre mí? —preguntó, medio en broma, medio con esperanza.

—No lo sé —dijo ella, sonriendo—. Puede ser. Quizá. Algo quedará de ti, seguro.

—Entonces será una buena historia.

Se miraron en silencio. El tipo de silencio cómodo que sólo comparten dos personas que se han amado de verdad.

Sofía bajó un poco la voz, como si necesitara aferrarse a algo real en medio de su nueva vida.

—No voy a pedirte que no me esperes…

Tomás ladeó la cabeza.

—Lo harías en vano.

Ella asintió. Lo sabía.

Entonces, sin preámbulos, lo dijo.

No como una promesa, no como una trampa.

Solo la verdad, desnuda y absoluta:

—Te amo.

Tomás sonrió. Una sonrisa profunda, como si esas palabras fueran la única luz necesaria en su día.

—Yo también. Te amo, Sofía.

Y por un instante, la distancia se volvió más pequeña.

Porque aunque el océano de kilómetros se extendiera entre ellos, lo que habían vivido era más grande que cualquier mapa.

Lo que eran, lo que compartieron, lo que todavía vivía en sus memorias, no tenía fecha de vencimiento.

Cuando la llamada terminó, Sofía dejó el teléfono sobre la mesa con las manos temblorosas.

Se llevó una mano al pecho y cerró los ojos.

Estaba lejos.

Pero también estaba viva.

Y lo amaba.

Y eso, por ahora, bastaba.