Epílogo (parte 3)

El viento del mar acariciaba las fachadas antiguas del barrio costero, cargando con él el aroma de sal, pan recién horneado y algo más… algo nuevo.

Tomás empujó la puerta de vidrio de un pequeño restaurante en la esquina. Aún no tenía letrero, solo una hoja escrita a mano en marcador negro pegada en la vitrina: “Próxima apertura”.

Era un rincón modesto, con encanto. Mesas de madera clara, cortinas blancas, plantas frescas en las ventanas, y ese olor reconfortante a albahaca, tomate y café fuerte.

Bella se encontraba de pie detrás del mostrador, con un delantal gris y el cabello atado en un moño alto. Estaba revisando una lista, concentrada, pero al verlo entrar levantó la vista y sonrió.

—Llegas justo a tiempo, el café se acaba de hacer —dijo con esa voz que había sido tan familiar una vez, ahora más serena, más en paz.

Tomás caminó hasta el mostrador con pasos tranquilos.

—¿Y las sillas? —preguntó.

—Llegan mañana. Pero igual me gusta verlo vacío por ahora. Es como un lienzo.

Él asintió, entendiendo más de lo que decía.

Bella había decidido empezar de nuevo, lejos de todo lo que había sido doloroso. Había tomado lo que quedaba de sí y lo convirtió en un lugar cálido, en este restaurante sencillo que todavía olía a comienzo. Y aunque Tomás no era parte de ese nuevo mundo, no del todo, estaba ahí para tenderle la mano si lo necesitaba. Y ella había aceptado esa ayuda.

En una esquina del local, una mesa estaba ocupada.

Sofía tomaba café sola, con un cuaderno a medio cerrar, leyendo mientras el vapor se elevaba desde la taza. Al ver a Tomás llegar, alzó los ojos y le regaló una sonrisa suave, casi imperceptible, pero que él sintió de inmediato.

Esa escena —Bella comenzando, Sofía observando, él caminando entre ambas— le pareció un instante suspendido en el tiempo.

Una vieja historia que encontraba su paz.

Una nueva historia que florecía.

Y entre ambas, él, simplemente agradecido.

Bella volvió al cuaderno con sus anotaciones y Tomás se sentó junto a Sofía.

—¿Crees que le irá bien? —preguntó él, mirando a Bella.

—Creo que sí. A veces hay que tocar fondo para saber cómo se construye de nuevo. Y ella está construyendo algo hermoso.

Tomás asintió, mirando el local que se llenaba de luz con la llegada de la tarde.

Sí. A veces, incluso los corazones más rotos pueden volverse hogar de nuevo.