Ángelo entró en la casa de dos pisos, y desde adentro se escuchó la voz del sujeto grande, que gritó con su tono intimidante:
—Hasta que al fin llegas, Ángelo, te tardaste más de lo esperado.
Ángelo solo se disculpó.
Me dirigí al techo de la casa vieja con cautela, sabiendo que cada paso debía ser preciso. Cualquier error podría causar que una de las maderas se rompiera, crujiera o cayera, y eso delataría mi posición. Comencé a escuchar murmullos, pero eran demasiado bajos para entenderlos con claridad. Decidí entonces entrar al segundo piso, donde podría escuchar mejor.
Entré sigilosamente en el segundo piso, donde algunas personas deambulaban, perdidas por los efectos de las drogas. El lugar estaba desordenado: una alfombra vieja y sucia en el suelo, y al fondo, barriles detrás de una reja cerrada. Me acerqué a las escaleras y me quedé quieto, escuchando.
—Si el Dr. Carlos me da la información, no le pasará nada.
—Pero dejarlo vivir significa debilidad, y más para alguien como tú, Angus.
—No es debilidad. La debilidad es una acción que no nos ayuda en nada. No, Ángelo, esto no es debilidad, es una oportunidad.
—¿Y entonces qué planeas hacer?
—Ven arriba, te lo diré con algo de alcohol.
Rápidamente me moví con sigilo hacia la ventana, escalé al techo nuevamente, busqué un hueco para ver adentro y me quedé esperando.
—Tú sirve algo de tomar, algo fuerte —decía Angus, el sujeto grande—. Mira, Ángelo, quiero que esta noche visites al doctor. Espero que te pueda atender.
—¿Y qué es lo que me voy a llevar?
—Trae dos cerditos.
Revisé mi reloj de bolsillo: las 15:25. Lo cerré y lo guardé en la bolsa de mi chaleco.
—De acuerdo, ya...
Ángelo no terminó de hablar, ya que Angus le tapó la boca con su mano izquierda, mientras con la derecha desenfundaba una pistola de chispa. Angus miró la reja donde estaban los barriles, luego volvió a mirar a Ángelo y le hizo una señal para que se quedara callado, apuntando con la pistola. Se acercó a uno de sus hombres y le susurró algo al oído.
Ángelo se acercó a Angus y, en voz baja, cerca de su oído, le preguntó:
—¿Qué pasa?
Angus, observando cuidadosamente a su alrededor, respondió:
—Hay alguien aquí. ¿No hueles el fuerte olor a alcohol?
Ángelo, confundido, lo miró, y Angus añadió:
—La reja está cerrada. Nadie la ha abierto. Eso significa que ninguno de los que ves tirados ha derramado o tomado alcohol.
Angus empezó a mirar el suelo y vio pequeñas gotas de agua y algo de suciedad cerca de la ventana. En ese momento, comenzó a disparar al techo, y enseguida dio la orden de que sus hombres hicieran lo mismo.
Rápidamente disparé mi ballesta al otro techo (donde había estado cuando vi a Ángelo entrar a la casa) y me apresuré a salir del lugar, dirigiéndome al emperador y a Lord Tighern para dar mi informe.