Capítulo 2:La venganza de su padre

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Natasha Volkova tenía 19 años cuando encontró a los tres hombres que destruyeron su infancia. No sintió ira ni odio. Solo un propósito. La muerte de su padre había sido injusta, un acto de codicia sin consecuencias. Hasta ahora.

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Los había rastreado durante años, siguiendo rumores, sobornando a borrachos, escuchando nombres susurrados en tabernas. Y al final, los tuvo. Tres nombres. Tres muertes aseguradas.

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Primera Muerte

El primero de ellos, un hombre llamado Viktor Sokolov, vivía en las afueras de un pueblo minero. Se había retirado de la vida de crimen, dedicándose a un negocio de transporte. Para el resto del mundo, era un hombre respetable. Para Natasha, era el bastardo que había disparado primero.

Observó su rutina durante días. Bebía hasta quedarse dormido en su silla junto a la chimenea. No cerraba la puerta con llave. Se creía a salvo.

La noche en que Natasha entró en su casa, no hizo ruido. Caminó como un espectro entre las sombras hasta quedar frente a él. La botella de whisky aún estaba en su mano. Sus ronquidos eran fuertes, pero no lo suficiente como para evitar que sintiera el filo frío del cuchillo contra su garganta.

Viktor despertó sobresaltado, pero cuando intentó moverse, Natasha le presionó el cuchillo con más fuerza.

—Tú… ¿quién eres? —balbuceó, sus ojos desorbitados por el miedo.

Natasha no respondió. No quería hablar con él. No merecía sus palabras. Natasha no respondió de inmediato. Su respiración se volvió más lenta, y de repente, su mente la arrastró al pasado…

— Su padre, de rodillas, con la camisa empapada en sudor.

— «No tengo todo el dinero, pero juro que lo conseguiré…»

— Viktor Sokolov, más joven, con la misma mirada de burla, apuntándole con un revólver.

— «No me interesa lo que jures, viejo.»

— El disparo resonando como un trueno en su cabeza.

— La sangre caliente salpicándole la cara mientras su padre caía al suelo.

De vuelta al presente, Natasha sintió que su mandíbula se tensaba. Su mano dejó de temblar.

—Soy la hija del hombre al que asesinaste.

Con un movimiento preciso, hundió el cuchillo en su garganta.

Viktor intentó gritar, pero todo lo que salió de su boca fue un gorgoteo ahogado. Sus manos temblaron, tratando de detener la sangre que brotaba como un río rojo. Su cuerpo convulsionó en la silla. La botella cayó al suelo, rompiéndose en mil pedazos.

Natasha se quedó observándolo hasta que dejó de moverse. Luego, con la misma calma con la que había llegado, salió de la casa y desapareció en la noche.

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Segunda Muerte

El siguiente en la lista, Dimitri Orlov, era un hombre de ciudad. Había usado el dinero que robó para convertirse en un comerciante exitoso. Se movía entre lujos, creyendo que su pasado jamás lo alcanzaría.

Pero Natasha lo había estado observando.

Cada noche, Dimitri visitaba un burdel exclusivo en los callejones más oscuros. Allí, en la privacidad de una habitación cara, se sentía invulnerable.

Esa noche, la última de su vida, Natasha lo esperó.

Se ocultó en la oscuridad de la habitación, detrás de una cortina. Su corazón latía con calma, como si su cuerpo ya estuviera acostumbrado a matar.

Dimitri entró sin sospechar nada. Se quitó el abrigo y sirvió una copa de whisky. Cuando se miró en el espejo, la vio.

—¿Quién diablos eres?

El pánico se reflejó en su rostro. Dio un paso atrás, buscando su pistola en la mesa de noche.

Natasha no le dio tiempo.

Se lanzó sobre él con rapidez, cubriéndole la boca con una mano y hundiendo el cuchillo en su estómago con la otra.

Dimitri intentó gritar, pero su voz murió en su garganta. Natasha sintió el temblor de su cuerpo, la desesperación en sus ojos.

Giró el cuchillo.

El hombre convulsionó, su cuerpo doblándose de dolor. Natasha lo dejó caer al suelo, su sangre tiñendo la alfombra de un rojo oscuro. Dimitri intentó arrastrarse, su mano estirada hacia la pistola.

Con calma, Natasha tomó la pistola antes que él.

—Demasiado tarde —susurró.

Apuntó a su cabeza y disparó.

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Tercera y Última Muerte

El último de ellos, Sergei Petrov, había sido el más difícil de encontrar. No porque estuviera bien protegido, sino porque, a diferencia de los otros dos, sabía que alguien vendría por él.

Se había escondido en una cabaña en las montañas, lejos de la civilización. No había guardias, no había sirvientes. Solo él, un rifle y su paranoia.

Natasha llegó en la noche, deslizándose como un fantasma entre los árboles. La nieve crujió bajo sus botas. No podía entrar a la cabaña sin hacer ruido, así que esperó.

Esperó hasta que Sergei saliera.

Horas después, él abrió la puerta con el rifle en las manos, inspeccionando la oscuridad.

Natasha se movió rápido.

Lo atacó desde un lado, derribándolo contra la nieve. El rifle cayó de sus manos.

—¡No… no me mates! —gritó, retrocediendo.

Sus ojos reflejaban puro terror.

—Mi padre también pidió que no lo mataran —susurró Natasha.

Sergei intentó correr. Natasha le disparó en la pierna.

Gritó de dolor, cayendo de rodillas. Natasha se acercó, el arma en su mano aún humeante.

—No tienes idea de quién soy, ¿verdad? —dijo ella.

Sergei la miró, respirando con dificultad. Su rostro palideció.

—Tú… tú eres…

—La hija del hombre al que asesinaste.

Antes de que pudiera decir más, Natasha le disparó en la cabeza.

Después de la Venganza

Cuando todo terminó, Natasha no sintió placer. Tampoco culpa. Solo alivio.

Había pasado toda su vida cargando con la sombra de su padre muerto. Ahora, esa sombra se disipaba.

Los tres hombres estaban muertos.

No le devolvía a su padre, pero al menos, el mundo tenía tres miserables menos.

Y con eso, Natasha Volkova siguió adelante.