---
1869
El Matrimonio con el Anciano Millonario
Natasha Volkova nunca había planeado casarse por amor. Para ella, el matrimonio era un medio, no un fin. No importaba si el hombre era viejo, rico o de una familia respetable. Lo único que importaba era que su objetivo fuera alcanzado.
A los 26 años, Natasha encontró al hombre que podía ser su boleto hacia una vida de lujo y, al mismo tiempo, cumplir con sus deseos. Su nombre era Randolph Hawke, un millonario anciano dueño de varias minas en el norte. Su fortuna era vasta, pero su cuerpo, envejecido por los años y el exceso de riquezas, comenzaba a decaer.
Randolph tenía unos 70 años, pero su mente aún era aguda y su sed de poder nunca se apagaba. Al principio, Natasha solo pensaba en lo fácil que sería manejarlo, utilizar su dinero y, sobre todo, matarlo cuando fuera el momento adecuado.
Se acercó a él con astucia, fingiendo ser la joven e inocente mujer que siempre había deseado. Se hizo pasar por una huérfana buscando protección y amor en un hombre tan rico. Randolph, cautivado por su belleza y por la dulzura de sus palabras, cayó en su trampa sin pensarlo. Pronto, comenzaron a salir juntos, y Natasha, con su encanto y manipulaciones, logró que el viejo millonario la pidiera matrimonio.
La Boda
La boda fue un evento pomposo, como se esperaba para un hombre tan rico. A pesar de la diferencia de edad, el cariño de Randolph hacia Natasha parecía genuino, aunque ella nunca permitió que esa imagen fuera más que una fachada. Los amigos y socios de Randolph, hombres poderosos, ricos y prominentes, se presentaron en el evento, creyendo que Natasha era la mujer perfecta para él. Nadie sospechaba nada.
La ceremonia fue en una mansión lujosa en las afueras de una ciudad. Los invitados brindaron, alabaron a la joven novia y el viejo millonario fue el centro de atención. Natasha sonrió, su rostro un lienzo de perfección. Pero en su mente, se estaba preparando.
La boda fue una excelente distracción. Durante toda la noche, ella se mantuvo a su lado, actuando como la esposa perfecta, escuchando sus bromas viejas y conversando sobre el futuro. Pero sabía lo que había que hacer. En la oscuridad de la noche, cuando todos se retiraron a sus habitaciones, el momento llegaría.
El Asesinato
Después de la fiesta, Randolph la condujo a su habitación. Natasha lo siguió, con su vestido de novia arrastrando por el suelo. Cuando entraron al dormitorio, él la abrazó, como si aún no creyera que ella era su esposa. La pasión de un hombre mayor se mezclaba con la fragilidad de su cuerpo envejecido. Pero Natasha sabía que era solo cuestión de tiempo.
—Te quiero tanto, querida. Eres lo mejor que me ha pasado —susurró Randolph, aún emocionado por la noche.
Natasha, con una sonrisa, respondió:
—Y yo te quiero también. Pero quiero que seas feliz, Randolph.
Él, sin sospechar nada, asintió. Natasha lo guió hacia la cama y lo ayudó a acostarse. Sabía que el viejo millonario no podría hacer nada para evitar lo que vendría.
Con una rapidez mortal, Natasha extrajo un pañuelo de su bolso y lo mojó con veneno. En silencio, se acercó a él y cubrió su boca con el pañuelo.
Randolph luchó un poco, pero el veneno lo estaba debilitando rápidamente. Natasha mantuvo el pañuelo presionado contra su rostro, asegurándose de que no pudiera respirar.
A medida que la vida de Randolph se desvanecía, Natasha observó sus ojos. No vio miedo, solo sorpresa. Era como si, por un breve momento, hubiera entendido que su tiempo había llegado.
Cuando su respiración se detuvo, Natasha lo dejó caer lentamente sobre la cama. No sintió satisfacción ni arrepentimiento. Lo que sentía era una especie de alivio, como si hubiera completado un trabajo bien hecho. El viejo millonario era historia.
Después del Asesinato
Con la muerte de Randolph, Natasha heredó su fortuna. Ya no tenía que preocuparse por el dinero, por el lujo o por los caprichos. El asesinato había sido meticulosamente planeado, y todo el mundo pensaba que la joven esposa había sido la mejor herencia para un hombre que, de otro modo, habría muerto solo y olvidado.
Natasha se alejó de la mansión, dejando atrás los lujos que, a veces, sentía que no le pertenecían. Pero no importaba, porque había logrado lo que quería. El dinero, la estabilidad, y la libertad que había ganado le dieron el espacio para planear su próximo movimiento.