La Oportunidad Perfecta
Natasha Volkova tenía 29 años y ya era una ladrona experimentada. Había robado a comerciantes, viajeros y hasta a un par de oficiales corruptos, pero nunca algo tan grande como una mansión de un millonario.
Este no era cualquier millonario. Era un comerciante de armas, despiadado y sin escrúpulos, que amasó su fortuna vendiendo muerte. Para Natasha, él no era una víctima inocente.
Había planeado todo con precisión. Sabía que habría una fiesta esa noche. El millonario estaría distraído, rodeado de invitados borrachos y prostitutas.
Era el momento perfecto para infiltrarse.
La Infiltración
Vestida como una de las sirvientas, Natasha se deslizó dentro de la mansión sin levantar sospechas. Sabía exactamente a dónde ir: el despacho del millonario, donde guardaba oro, joyas y documentos valiosos.
Abrió la caja fuerte con precisión, robando lo más valioso en cuestión de minutos. Todo iba demasiado bien.
Hasta que alguien entró en la habitación.
El Giro Inesperado
Un hombre, un guardia personal del millonario, la vio con las manos en la caja fuerte.
—¿Qué demonios crees que estás haciendo?
Natasha reaccionó al instante. Sacó su cuchillo y se lo clavó en la garganta antes de que pudiera dar la alarma.
El problema fue que su muerte no fue silenciosa. Cayó derribando una lámpara y el ruido atrajo la atención de otros guardias.
Se acabó la sutileza.
La Caída del Plan
La mansión se convirtió en un campo de batalla.
Natasha disparó a dos guardias, derribándolos antes de que pudieran reaccionar. Pero no podía con todos. El millonario mismo salió armado, junto con más hombres.
La única opción era huir. Saltó por una ventana del segundo piso, cayendo con un golpe seco en los jardines. Sintió un dolor agudo en la pierna, pero no se detuvo.
Caballos. Necesitaba un caballo.
Corrió a los establos mientras las balas silbaban a su alrededor. Un disparo le rozó el brazo, quemando su piel, pero no frenó.
Montó un caballo y salió a toda velocidad.
Las Consecuencias
Aunque logró escapar con vida, perdió la mitad del botín en la huida. Su brazo herido la obligó a esconderse durante semanas.
Este robo no fue su victoria más gloriosa, pero le dejó dos cosas claras:
1. No siempre se gana.
2. La próxima vez, no cometería los mismos errores.
Y la próxima vez, no fallaría.