"Uno por Uno: El Rostro de Sophie"
Sophie McMuller.
Rubia, elegante, siempre con olor a perfume caro y a pólvora reciente.
En la boda, ella fue la que le disparó primero. No al aire. No al cielo. Al pecho del prometido de Natasha.
Sonrió cuando lo hizo. Como si hubiese estado esperando toda su vida ese momento.
Sophie no era cualquier pistolera. Era una asesina disfrazada de aristócrata. Se codeaba con jueces, agentes de la ley y empresarios corruptos. Todos la querían cerca. Nadie sabía quién era realmente.
Excepto Natasha.
Sophie vivía en una mansión al norte del condado. Dicen que su fortuna venía del petróleo. Natasha sabía que venía de sangre.
Esa noche, Natasha entró sin hacer ruido, como un mal recuerdo que se cuela entre las grietas del pasado. Había una fiesta en la casa. Champagne, risas, vestidos caros… una parodia de todo lo que Sophie siempre quiso ser: una dama.
La encontró en su estudio. Sola. Con un vaso de whisky y una pistola encima del escritorio, como si supiera que vendría.
—Tardaste —dijo Sophie, sin levantar la vista.
—Quería que vivieras tranquila unos años —respondió Natasha, cerrando la puerta tras de sí—. Que creyeras que te habías salido con la tuya.
Sophie sonrió, girando lentamente en su silla.
—¿Y ahora qué? ¿Me vas a disparar sin que podamos hablar como dos viejas amigas?
—Tú no fuiste mi amiga, Sophie. Fuiste la risa que se escuchó mientras yo me desangraba en el altar.
—¿Y qué quieres que diga? ¿Perdón? ¿Que fue un error?
—No quiero tu perdón. Quiero que veas mi cara antes de morir.
Sophie se lanzó por la pistola, rápida como un relámpago. Natasha disparó primero.
El tiro le dio en el brazo, haciéndola girar y caer de rodillas. Natasha caminó hasta ella y la pateó, haciendo que la rubia cayese de espaldas, jadeando.
—Sabés qué es lo peor, Sophie —susurró Natasha, agachándose cerca de su rostro—. No fue solo por él. Fue por mí. Me arrastraste por el suelo, me trataste como si no valiera nada. Jugaste con mis huesos mientras yo apenas podía respirar.
Sophie, con los dientes apretados, escupió sangre.
—¿Y ahora quieres justicia?
—No —dijo Natasha, sacando el cuchillo que colgaba de su cinturón—. Quiero equilibrio.
El filo se hundió sin temblar.
El segundo nombre fue tachado de la lista.
Quedaban cinco.