Parte 4: La venganza de la boda

Jackson Vlander se había asentado en un rancho al norte de Wyoming. Tenía tierras, ganado, empleados a los que apenas pagaba, y una reputación construida a base de miedo. Se decía que había trabajado con el gobierno cazando bandidos e inmigrantes peligrosos, aunque nunca nadie pudo comprobarlo. Natasha no necesitaba pruebas. Lo recordaba bien.

Él había sido el primero en golpearla aquella vez, en su boda. Fue él quien la levantó del suelo por el cuello, riéndose como si fuera un chiste. Quien dijo que una "mujercita extranjera" no merecía una vida feliz.

Ahora, él sería el siguiente.

Natasha no entró sola. El viento silbaba entre los árboles cuando cruzó el portón del rancho, bajo la lluvia. No llevaba capa, no se ocultaba. Esta vez, quería que la vieran llegar. Como un presagio.

Jackson estaba en su porche, fumando un cigarro, cuando la vio acercarse. Al principio, no la reconoció. Luego, sus ojos se abrieron como platos.

—Tú… —soltó, con la voz áspera—. No puede ser.

—Sí puede —respondió Natasha, caminando firme hacia él—. Y lo es.

Jackson intentó ir por su rifle apoyado junto a la puerta, pero Natasha ya le apuntaba con su revólver.

—No esta vez, cerdo.

—¿Qué quieres de mí? —preguntó con rabia—. ¡Yo no fui el único! ¡No era personal!

—Fue mi boda, Jackson. Tú y nuestros "amigos" arruinaron lo único puro que tuve en mi vida. ¿Y decís que no fue personal?

Él se rió con una mezcla de desprecio y nerviosismo.

—¿Y ahora qué? ¿Quieres que me arrodille? ¿Que pida perdón? No me importa. ¡No eres nadie!

Natasha se acercó más, hasta que el cañón del arma tocó su pecho.

—Tal vez no sea nadie —susurró—, pero vas a ser menos que eso.

Jackson aprovechó su descuido para empujarla e intentar golpearla. Fue un forcejeo violento, crudo. Natasha cayó hacia atrás, rodando por el barro. Jackson saltó sobre ella, con sus puños buscando su cara, su garganta, su vida. Pero Natasha era más rápida. Con una daga escondida en su bota, lo apuñaló en el costado.

Jackson gruñó de dolor, retrocediendo, llevándose las manos al costado.

—¡Perra!

Natasha se levantó despacio, jadeando, el barro cubriéndole las piernas, la lluvia pegándole el cabello a la cara.

—Sí —dijo—. Una perra que vino a cobrar lo que es suyo.

Le disparó en ambas rodillas.

Jackson gritó como un animal herido, cayendo al suelo. Natasha se acercó, se agachó junto a él, lo miró a los ojos mientras él se revolvía en el barro.

—Esto es por mi esposo —susurró—. Por mis invitados. Por cada maldito golpe que me diste mientras me reías en la cara.

Y con una última bala, le voló la mandíbula.

Jackson Vlander murió desfigurado, hundido en el lodo, ahogado en sangre y vergüenza.

Natasha lo dejó ahí, sin mirar atrás. Sabía que no había justicia en este mundo. Solo venganza. Y ella, al menos, era buena en eso.