Parte 5: La gran venganza de la boda

Mrs. Green

En un burdel oculto entre las sombras del desierto de Arizona, Mrs. Green seguía haciendo lo que mejor sabía: seducir y matar. Había ganado fama por su habilidad con el veneno, y por convertir cualquier encuentro en una trampa mortal. Muchos hombres poderosos habían caído en su cama… y no habían salido con vida.

La noche era cálida. El burdel, iluminado por lámparas rojas, estaba lleno de música suave, risas fingidas, y miradas cargadas de deseo. Y allí estaba ella, recostada en un sillón de terciopelo, bebiendo lentamente un vaso de licor mientras sonreía con indiferencia.

Hasta que la vio.

Natasha.

Vestida de negro, con una expresión helada y sin rastro de maquillaje. Nadie más pareció notarla. Pero Mrs. Green sí. La reconoció al instante. Sintió un escalofrío recorrerle la espalda, una sensación que no tenía desde hacía años.

—Bueno, bueno… —dijo Mrs. Green, dejando la copa sobre la mesa—. Mirá quién volvió del infierno.

—Vos me mandaste ahí —contestó Natasha con frialdad.

Ambas sabían lo que iba a pasar. Ninguna sacó su arma de inmediato. Era una danza vieja. Una que había empezado en aquella boda, donde Mrs. Green se rió mientras Natasha era golpeada y arrastrada por el suelo. Donde se burló del vestido ensangrentado.

—No tenías que volver —dijo Mrs. Green, mientras discretamente tomaba una aguja con veneno del brazalete de su muñeca—. El pasado se entierra, querida.

—Pero algunas cosas no mueren —respondió Natasha—. Como el odio.

Mrs. Green lanzó la aguja en un solo movimiento, con una precisión mortal. Pero Natasha ya lo esperaba. La desvió con un giro de muñeca y le arrojó una pequeña navaja que se clavó directo en su clavícula. Mrs. Green gritó, retrocediendo, tropezando con los sillones, cayendo entre cortinas rojas.

Natasha la alcanzó antes de que pudiera escapar. La arrojó contra el espejo del vestidor. El cristal se rompió en mil pedazos, cortándola. Mrs. Green intentó arrastrarse, sangrando, jadeando.

—¡No era nada personal! —gritó con desesperación—. ¡Solo hacía mi trabajo! ¡Como vos!

Natasha la tomó del cabello y la obligó a mirarse en el espejo roto.

—¿Te ves? Así quedaste. Desnuda de mentiras.

Y con uno de los trozos de vidrio, le cortó el cuello lentamente, mirando cómo la vida se le escapaba entre los dedos manchados de rojo.

Mrs. Green murió sin glamour. Sin elegancia. En el suelo sucio de un burdel que olía a perfume barato y muerte.

Natasha se limpió las manos con la sábana de la cama más cercana, tomó el collar de esmeraldas que Mrs. Green siempre usaba, y salió por la puerta sin mirar atrás.

Otra deuda saldada.