Mala broma

Carlos regresó a su habitación con una sensación extraña, un peso incómodo que no podía definir. Cerró la puerta detrás de él y recorrió el espacio con la mirada. Era su habitación, pero algo estaba fuera de lugar. Su escritorio, su cama, su ropa… todo parecía estar pero no en su lugar, algo no encajaba. Sus ojos se detuvieron en una camisa doblada sobre la silla. La tomó, examinándola con las manos, como si al tocarla pudiera recordar algo.

—¿Es mía? —susurró, sintiendo que la pregunta flotaba en el aire, absurda pero inevitable.

El nudo en su estómago se apretó cuando notó algo más: un par de zapatos junto a la puerta, zapatos que nunca había visto antes. Frunció el ceño y pasó una mano por su cabello, sintiendo que su mente se nublaba. Todo tenía una apariencia normal, pero una parte de él sabía que no lo era.

Tenía una repisa llena de libros avanzados para lo que el recordaba que era su edad,¿Mamá los compro ayer? Se preguntaba.

Sacudió la cabeza, tratando de despejar esa sensación.

—Debo estar cansado… —se dijo en voz baja, como si las palabras pudieran calmar la inquietud.

Se vistió evitando pensar demasiado en los detalles que no tenían sentido. Cuando salió de su habitación, escuchó un ruido al otro lado del pasillo. Giró la cabeza justo a tiempo para ver a un niño, de unos diez años o 12 años, saliendo de una puerta. Ambos se quedaron inmóviles, observándose en silencio.

Carlos frunció el ceño, examinando al niño.

—¿Quién… quién rayos eres tú? —preguntó Carlos, con la voz quebrada por la confusión—. ¿Dormiste aquí anoche? ¿Por qué llevas esa pijama? ¿Te conozco?

El niño lo miró como si acabara de decir algo ridículo. Cruzó los brazos y lo enfrentó con una actitud desafiante.

—¿Te drogaste anoche o algo así? Soy tu hermano, idiota. —El niño soltó esas palabras con desdén y comenzó a bajar las escaleras automáticas del pasillo.

Carlos sintió que su corazón se detenía. Hermano. La palabra rebotó en su mente como un eco interminable causándole aún más confusión.

El no tenía hermanos, su último recuerdo es ser hijo único y ahora un niño bastante grande afirma ser su hermano.

—¡Oye, espera! —dijo, avanzando apresuradamente hacia él. Su voz se elevó, cargada de incredulidad—. ¿Cómo que hermano? ¿Qué estás diciendo? ¡Al menos dime tu nombre!

El niño se detuvo un instante y giró la cabeza, con una expresión que mezclaba irritación y burla.

—Marty, genio. ¿De verdad te golpeaste la cabeza o algo así? —Sin darle tiempo a responder, el niño volvió a bajar las escaleras mientras gritaba—: ¡Mamá, Carlos me está molestando otra vez!

Carlos lo siguió, casi tropezando en su apuro. Su respiración se aceleraba, pero al llegar al pie de las escaleras, el niño ya no estaba. Lo único que encontró fue a su madre, que preparaba algo en la cocina.

Carlos la miró con urgencia.

—Mamá, ¿viste a un niño? —preguntó, casi jadeando.

Su madre se giró con una sonrisa tranquila, pero sus ojos mostraban un ligero desconcierto.

—¿Un niño? ¿Te refieres a Marty? —respondió, como si la pregunta fuera absurda.

Antes de que pudiera procesar sus palabras, un hombre salió de la cocina, llevando una taza de café en la mano. Carlos lo miró con los ojos muy abiertos. Era un extraño, alguien a quien nunca había visto antes, pero actuaba como si estuviera en su casa. Carlos apenas pudo reaccionar antes de que el hombre besara a su madre en los labios.

La imagen golpeó a Carlos como una ráfaga helada. Sintió cómo su cuerpo se tensaba. Su mente, incapaz de comprender lo que veía, se llenó de pensamientos desordenados. ¿Quién es este hombre? ¿Por qué está besando a mi mamá? ¿Y dónde está papá?

El hombre lo miró con una sonrisa amigable, ajeno a la tormenta que había desatado en Carlos.

—¿Quieres que te lleve? Pasaré dejando a Marty en el campamento —dijo, con tono despreocupado.

Carlos apretó los dientes, tratando de contener la ira y la confusión que sentía. Su voz salió fría, distante.

—No, gracias… señor.

El hombre asintió y salió de la casa. Carlos lo siguió con la mirada, sintiendo cómo cada paso que daba lo llenaba de una sensación de vacío y pérdida.

—¿Desde cuándo lo llamas "señor"? —preguntó su madre, con un tono levemente molesto. Cruzó los brazos y lo miró fijamente.

Carlos giró hacia ella, tratando de encontrar una respuesta. Pero no había nada. Ningún recuerdo, ninguna explicación. Su madre suspiró y continuó.

—Sé que jamás será tu padre, pero no tienes que tratarlo así. Creí que habíamos dejado esto claro hace mucho tiempo.

Las palabras lo golpearon como un martillo. Había algo en la forma en que hablaba, en la calma de su tono, que le decía que era verdad. ¿acaso se habían divorciado en secreto?, ¿dónde estaba su verdadero padre? Eran preguntas que no dejaban de atormentarlo

—Está… bien. Saldré a tomar un poco de aire. —Las palabras salieron torpemente, casi como un reflejo automático.

Su madre lo observó con una mezcla de preocupación y ternura. Se acercó y lo besó en la mejilla.

—No tardes, el desayuno está casi listo.

En el exterior

Carlos salió de la casa y cerró la puerta con cuidado, deteniéndose por un momento en el umbral. Se quedó ahí, con las manos apretadas a los costados, mirando al frente sin enfocarse realmente en nada. Había algo en el aire, algo que no podía definir, pero que lo inquietaba profundamente.

Todo esto tiene que ser un mal sueño, pensó, mientras una oleada de confusión le subía desde el estómago. No quería pensar en lo que acababa de pasar adentro: el niño, su madre, ese hombre extraño… pero las imágenes seguían regresando, una y otra vez, golpeando su mente como olas insistentes.

Soltó un largo suspiro, intentando calmarse, y bajó los escalones y se sento en un escalon para aclarar la maraña en su cabeza. trataba de encontrarle sentido a lo que estaba viviendo. Pero cuanto más lo pensaba, menos lógica encontraba.

¿Un hermano? ¿Marty? ¿Ese hombre que estaba besando a mi mamá? Cerró los ojos por un instante, intentando detener los pensamientos, pero no funcionó. La sensación de que algo estaba fundamentalmente mal se hacía cada vez más fuerte.

Activo su teléfono holográfico del brazo y miró la pantalla proyectada frente a él. No buscaba nada en particular. Solo quería distraerse, aferrarse a algo familiar en medio del caos. Entonces, lo vio: Nataly.

El nombre apareció frente a él, junto con una notificación de llamada. Carlos titubeó un instante, pero finalmente aceptó. La figura holográfica de Nataly se proyectó frente a él, clara y tridimensional, como si estuviera parada a pocos metros.

—Carlos, hola. —La voz de Nataly sonaba tranquila, pero había algo en su tono que lo hizo tensarse—. ¿Te sientes bien? Digo… después de lo de anoche.

Carlos frunció el ceño. La pregunta lo tomó por sorpresa. "Anoche". Esa palabra parecía flotar en el aire, pesada e imposible de ignorar. Se llevó una mano a la frente.

—¿Anoche? —repitió, su voz apenas con un susurro—. ¿Qué pasó anoche? tratando de recordar anoche sus recuerdos aparecieron, anoche fui al cine con mis amigos a ver un estreno de una película.

Nataly lo miró y bajó un poco la vista antes de responder.

—Fuimos a ver la lluvia de estrellas. Estuvimos esperando ese momento durante meses. —Hizo una pausa breve, observándolo de cerca—. y te desmayaste, Carlos. Caminaste demasiado ayer, supongo.

Carlos sintió que las palabras de Nataly no tenían sentido. Era como si estuviera escuchando un idioma que no comprendía. Sacudió la cabeza, intentando aclarar su mente.

—Nataly, no sé de qué hablas. Anoche fuimos al cine, ¿no? Fuimos a ver Monswa 2. Fue su estreno. Eso fue lo que hicimos. Estoy seguro.

Nataly lo miró en silencio, su expresión pasó de la confusión a la preocupación. Finalmente, dejó escapar una risa corta, nerviosa.

—Carlos, ¿Monswa 2? eso salió hace mas cinco años. ¿Qué te pasa? —Su tono era firme, pero Carlos pudo notar un matiz de miedo en su voz—. ¿Por qué estás diciendo eso?

Las palabras de Nataly golpearon a Carlos como un balde de agua helada. Su respiración se aceleró, y sintió que el suelo bajo sus pies desaparecía. Intentó responder, pero las palabras se atoraron en su garganta. Su mente era un torbellino.

—Esto no tiene sentido. —Su voz sonó rota, más para sí mismo que para Nataly—. Todo esto… no puede ser real. Mi mamá, ese hombre, ahora tú… —Dejó escapar una risa amarga, desesperada—. Esto es una broma, ¿verdad?

Nataly frunció el ceño, visiblemente molesta.

—Carlos, ¿de qué estás hablando? —preguntó, alzando la voz ligeramente—. Aquí el único que está diciendo tonterías eres tú. Anoche estuvimos viendo la lluvia de estrellas. Tú, Nate y yo. ¿Recuerdas? Y cuando empezó…

Se detuvo de golpe. Su rostro se endureció, y Carlos notó cómo su mirada se había desenfocado, como si estuviera luchando por recordar algo.

—¿Cuando empezó qué? —insistió, algo enojado.

Nataly tardó unos segundos en responder, parpadeo varias veces hasta que las palabras salieron de su labios involuntariamente, como si estuviera obligada a contestar de cierta forma.

—Te desmayaste, claro. Eso fue lo que pasó. —Su voz sonaba vacilante, como si no estuviera completamente segura de sus palabras—. Te cargamos y te llevamos a casa.

Carlos sintió que su pecho se comprimía. Cerró los ojos, intentando ignorar la presión que sentía en su cabeza, pero era imposible. Las palabras de Nataly parecían clavarse en su mente, desgarrando cualquier intento de lógica.

—Nataly… —dijo finalmente, con la voz temblorosa—. Si lo que dices es cierto… significa que… —No pudo terminar la frase. Respiró hondo y lo intentó de nuevo—. ¿Qué me está pasando? ¿Tengo amnesia? ¿Es eso?

Nataly lo miró con los ojos llenos de preocupación. Tragó saliva antes de responder.

—¿De verdad no recuerdas nada? —preguntó, su voz baja y cautelosa—. ¿Tu graduación? ¿La boda de tu primo Tommy? ¿La fiesta del año pasado? ¿Ni siquiera la muer...?

Se detuvo, su rostro cambió a una mezcla de tristeza y cautela. Carlos la observó con el corazón latiendo con fuerza.

—¿Ni siquiera la qué? —insistió, sintiendo que cada palabra era como un puñal.

Nataly negó con la cabeza.

—No importa. —Suspiró, con su tono apagado—. Carlos, ¿puedes venir a esta dirección?. Nate estará aquí también. Creo que esto debería contártelo en persona.

Una dirección le llego, tras presionarlo de inmediato, una línea blanca comenzó a dibujarse bajo sus pies, extendiéndose hacia el horizonte como un camino que debía seguir.

Carlos miró la línea que indicaba el camino a seguir, luego volvió a mirar a Nataly. Su rostro reflejaba una preocupación genuina, casi desgarradora.

—Por favor, dime que esto es una mala broma. Dime que no olvidaste estos últimos años.

Carlos negó lentamente con la cabeza. Su mirada se perdió en la línea que marcaba el camino.

—No lo sé, Nataly. No sé qué está pasando.

La llamada terminó, y Carlos se quedó inmóvil, con las manos temblando ligeramente. Finalmente, dio el primer paso hacia el camino. Cada paso le pesaba. Pero no se detuvo quería aclarar toda esta confusión.