La lluvia había cesado, dejando un aire limpio y fresco que recorría la ciudad. Bajo el resplandor del sol, los edificios brillaban en tonos blancos y azules, reflejando una perfección casi artificial. Los rascacielos, altos y esbeltos, se fundían con el cielo despejado, mientras que las plataformas flotantes del tránsito aéreo se deslizaban con su característico zumbido suave.
Era un día sereno. Perfecto, incluso.
Pero la tranquilidad se rompía con la presencia de los convoyes militares.
Vehículos de carrocería negra, flotando apenas a unos centímetros del suelo, atravesaban la ciudad en perfecta formación. Su avance era silencioso, solo interrumpido por el leve zumbido electromagnético de sus propulsores. Un patrón ya demasiado repetitivo.
Carlos observaba desde la ventana del departamento, con los brazos cruzados.
—Llevan así todo el día —dijo Nate desde el sofá, sin molestarse en mirar—. Es la tercera caravana.
Carlos arqueó una ceja y se giró hacia él.
—¿Cómo sabes eso?
Nate se encogió de hombros.
—Porque seguí a la primera.
Nataly golpeó el hombro derecho de Nate con fuerza.
—¡¿Eres un imbécil o qué demonios te pasa?! —soltó, mirándolo con una mezcla de incredulidad y enojo—. ¿Y si te descubrían? ¡Te pudieron haber neutralizado en el acto!
Nate se sobó la zona con una mueca de dolor.
—¡Ay! Tranquila, tomé mis precauciones…
Carlos suspiró, pasándose una mano por el cabello.
—¿Y qué viste?
Nate sonrió con autosuficiencia.
—Más bien… lo grabé.
Sacó un pequeño disco de su bolsillo y lo colocó sobre la mesa. En cuanto lo activó, un holograma se proyectó en el aire, mostrando la grabación.
La imagen se movía ligeramente, captada desde la cobertura de unos arbustos. Se veían varios hombres vestidos con trajes negros y gafas de visión aumentada, conversando en voz baja mientras drones de seguridad flotaban sobre ellos, iluminando la zona con luces escaneadoras.
Pero lo que más llamaba la atención en la escena no eran los agentes.
Era la roca.
Una enorme estructura fracturada, de superficie irregular y oscura, con grietas de donde escurría un líquido azul oscuro. Algunas partes del material parecían haberse endurecido al contacto con la atmósfera, formando cristalizaciones irregulares.
Los agentes estaban recolectando muestras con herramientas de precisión, mientras otros escaneaban la estructura con dispositivos de análisis molecular.
De repente, el video tembló y el ángulo cambió bruscamente. El sonido de hojas crujiendo y la respiración acelerada de Nate indicaban que había tenido que salir corriendo. Un destello de luz, seguramente un dron detectándolo, apareció en el último segundo antes de que la grabación se cortara.
El holograma desapareció.
Carlos y Nataly intercambiaron miradas. Había algo inquietante en todo eso.
—Esa cosa cayó anoche… —murmuró Nataly, con el ceño fruncido—. Justo cuando estábamos en el bosque.
Carlos intentó forzar su mente, pero era como tratar de recordar un sueño borroso.
—No puede ser coincidencia… —dijo, en voz baja.
Pero lo extraño era que, por más que intentaran recordar qué había pasado después de la lluvia de estrellas, sus mentes estaban en blanco. Como si alguien hubiese arrancado esas memorias de raíz.
Carlos se llevó una mano a la frente.
—Algo nos pasó ahí… —susurró.
Nataly sintió un escalofrío recorrerle la espalda.
—Y creo que tiene que ver con lo que te está pasando a ti.
Los tres quedaron en silencio.
La pregunta que ninguno se atrevía a formular flotaba en el aire.
¿Qué demonios les hicieron esa noche en el bosque?
Nate apagó el holograma con un gesto de la mano.
—Bueno, creo que esas dudas las tendremos que resolver después.
Carlos lo miró con el ceño fruncido.
—¿De qué hablas? —preguntó, pasándose una mano por el cabello—. ¿Qué puede ser más importante que entender qué nos pasó anoche?
Nate apoyó los codos en la mesa y entrelazó los dedos.
—De lo que hablo es de ti. ¿Qué vas a hacer con… bueno, contigo?
Carlos parpadeó, confundido.
—¿Conmigo?
—Sí, con tus habilidades.
Carlos bufó, cruzándose de brazos.
—¿Habilidades?? ¿De qué rayos hablas? —soltó con irritación—. ¿Llamas habilidad a desaparecer de la nada y a ser atravesado por una maldita rama?
—Relájate, hombre —dijo Nate, levantando las manos—. Eso fue porque fue tu primera vez. Pero si aprendes a controlarlo, podría ser otra historia, Podemos ayudarte.
Nataly, que había estado escuchando en silencio, entrecerró los ojos con incredulidad.
—"Podemos" hacerlo controlar sus habilidades… —repitió con burla, mirando a Nate—. ¿Desde cuándo eres un experto en habilidades extrañas?
Carlos exhaló, apoyando los codos en sus rodillas.
—Mira, incluso si pudiera controlarlo, ¿para qué? ¿Qué sentido tendría?
Nataly y Nate se quedaron en silencio, sin una respuesta clara.
Finalmente, Nate rompió la pausa con una sonrisa.
—Bueno, creo que la respuesta es más que simple.
Se inclinó sobre su mochila y sacó una pequeña figura de un héroe con capa, en una pose épica.
Carlos y Nataly tardaron un par de segundos en procesarlo antes de soltar una carcajada.
—¡Ahora sí te perdimos! —dijo Nataly, secándose una lágrima de risa.
—Vamos, piénsalo, Carlos —insistió Nate, con el entusiasmo intacto—. ¡Podrías ser un héroe!
Nataly resopló.
—Con todo respeto, Carlos… —dijo con una sonrisa divertida—. Pero no eres precisamente el tipo de persona que encaja en esa idea. No eres atlético, no eres el más carismático, y dudo mucho que quieras arriesgar el pellejo para salvar gente.
Carlos la miró, fingiendo ofenderse.
—Bueno, no tienes por qué decirlo tan directamente…
Nate suspiró, exasperado.
—¡Es que no lo ven! —exclamó, agitando la figura—. ¿Cuál es la otra opción? ¿Que aproveches estas cosas y termines convirtiéndote en… un villano?
El silencio que siguió fue denso.
Nataly dejó de reír. Miró a Carlos de reojo, convencida de que nunca haría algo así. Él jamás lastimaría a nadie, mucho menos a propósito.
Pero Carlos… Carlos sintió un escalofrío.
La idea lo golpeó con más fuerza de la que esperaba.
¿Qué pasaría si no lograba controlar esto? ¿Si un día lastimaba a alguien sin querer? ¿Si… si lastimaba a alguien que amaba?
Sacudió la cabeza, tratando de ahuyentar esos pensamientos.
Nataly, notando la tensión, rompió el silencio con un suspiro.
—Bueno, ya falté al trabajo hoy —murmuró, masajeándose los sienes—. Me van a descontar el día…
—Lo siento —dijo Carlos automáticamente.
—Bah, da igual —dijo ella, encogiéndose de hombros—. Vamos a desayunar a algún lado y seguimos hablando.
Carlos asintió.
—Me parece bien.
—De acuerdo —dijo Nate, guardando la figura en su mochila con una sonrisa.
El sol brillaba con fuerza mientras caminaban por la acera flotante en dirección al este. Los vehículos suspendidos se deslizaban en silencio por la avenida, formando un flujo perfectamente ordenado. Peatones con prendas ligeras y dispositivos holográficos caminaban apresurados, mientras drones publicitarios proyectaban imágenes en el aire con ofertas y noticias del día.
Carlos metió las manos en los bolsillos, cabizbajo. Su mente seguía dándole vueltas a todo.
Nate, por otro lado, no dejaba de hablar.
—Oye, ¿no has notado algo?
Carlos levantó la vista, sin mucho ánimo.
—¿Qué?
—Los autos flotan, pero ninguno va por encima del otro.
Carlos lo miró sin saber qué decir, pero Nataly respondió con naturalidad.
—Es ilegal.
Nate arqueó una ceja.
—¿Por qué?
—Porque la fuerza de repulsión antigravitacional siempre empuja hacia abajo. Si un auto flotara sobre otro, la presión aumentaría y lo aplastaría.
—Vaya… —Nate la miró sorprendido—. ¿Dónde aprendiste eso?
Nataly sonrió de lado y, con un tono más suave, agregó:
—Paso mucho tiempo sola.
Su mirada se desvió apenas hacia Carlos, como si la respuesta estuviera dirigida a él.
Carlos sintió una punzada de incomodidad y desvió la vista hacia otro lado.
—Ah… ya veo —murmuró, sin saber qué responder.
Nataly siguió caminando con la misma seguridad de siempre, como si no esperara que él dijera algo más.
El restaurante tenía un diseño moderno y minimalista. En las mesas exteriores, protegidas por toldos transparentes, se podía disfrutar de la vista de la ciudad mientras Androides camareros caminaban de mesa en mesa, entregando pedidos con precisión mecánica.
Una camarera robótica se detuvo frente a Nataly y dejó un plato con frutas frescas. Ella tomó un trozo, lo mordió lentamente y miró a Carlos con el ceño fruncido.
—Entonces, en resumen… —dijo, pensando en voz alta—. Fuimos al bosque anoche, un meteorito nos cayó encima aparentemente, y alguien nos lavó el cerebro a los tres.
Carlos recibió su platillo de huevos revueltos y comenzó a comer con una rapidez inusual, como si no hubiera probado bocado en días. Apenas hizo una pausa para hablar.
—Sí… aunque todavía no entiendo por qué yo olvidé cinco años y ustedes solo un día.
Nate, con una malteada en la mano, bebió un gran trago antes de opinar.
—Probablemente es por tus poderes. Quizás alguien quiso que olvidaras que los tienes.
Carlos hizo una pausa, procesando esa idea.
—¿Para qué? —preguntó, más para sí mismo que para los demás.
Sin pensarlo demasiado, pidió otro plato. Seguía teniendo hambre.
Nataly lo miró con curiosidad.
—Vaya, tienes hambre… —comentó, viendo cómo devoraba su comida.
Carlos pasó una mano por su estómago con expresión frustrada.
—Me siento vacío… como si no tuviera energía.
Siguió comiendo. Platos iban y venían, y él no se sentía satisfecho. En total, consumió más de ocho raciones, pero la sensación de vacío no desaparecía.
Nataly y Nate se intercambiaron miradas.
Pero antes de que pudieran seguir con la conversación, el sonido de sirenas interrumpió el ambiente relajado del restaurante.
Unos policías a toda velocidad persiguiendo un auto robado. La patrulla disparó contra el vehículo en fuga, dañando su estabilizador antigravitacional. El coche perdió el control de inmediato, girando de forma errática.
Nataly levantó la vista justo cuando el vehículo descontrolado se dirigía directo hacia ellos.
La gente a su alrededor gritó y salió corriendo. Mesas y sillas fueron derribadas en la estampida.
Nataly y Nate lograron apartarse a tiempo.
Carlos, distraído por la comida, reaccionó un segundo tarde.
El impacto fue brutal.
El auto lo golpeó de lleno y lo arrastró hacia el interior del restaurante, rompiendo ventanas y destrozando parte del mobiliario.
Carlos escucho como sus huesos se quebraban, sintió su nariz llenarse de sangre el mundo se volvió un borrón de luces, gritos y caos.
Y luego…
Silencio.
Carlos abrió los ojos.
Estaba tendido en el suelo del restaurante, rodeado de escombros. Encima de él, el auto aún humeante descansaba con su chasis deformado.
Parpadeó, aturdido.
Se sintió gravemente herido sentía quemaduras en piel, algunos huesos rotos y un fuerte dolor de cabeza al mismo tiempo que sentía como esas heridas se iban cerrando aunque el dolor no desapareciera, lo más incómodo era sentir sus huesos acomodándose dentro de su cuerpo.
Intentó moverse, pero estaba atrapado. Instintivamente, llevó ambas manos a los costados del auto y empujó para intentar liberarse.
Pero en lugar de simplemente hacer espacio…
Sintió cómo el auto se elevaba.
Carlos se quedó helado.
Sus brazos temblaban, no de esfuerzo, sino de incredulidad.
Sin pensarlo mucho, siguió empujando.
El metal crujió mientras, con una facilidad sorprendente, levantaba medio auto sobre su cabeza.
Con un último esfuerzo, lo apartó y salió de debajo de los restos del accidente. Su ropa estaba rasgada, cubierta de polvo y suciedad… pero su cuerpo estaba ileso.
—¡Carlos! —Nataly corrió hacia él y, sin pensarlo, lo abrazó con fuerza.
—Oye, tranquila… —dijo él, sorprendido—. Estoy bien, solo me duele un poco.
Pero Nataly no lo soltó de inmediato.
Nate, a unos pasos de distancia, miraba la escena con los ojos muy abiertos.
Alrededor de ellos, la gente comenzaba a acercarse, murmurando entre sí. Habían visto lo que acababa de ocurrir.
—¿Viste eso?
—¿Cómo demonios sigue de pie?
—Le cayó un auto encima… y lo levantó.
El sonido de sirenas volvió a escucharse.
En menos de dos minutos, varias ambulancias, robots reconstructores y patrullas llegaron al lugar.
Paramédicos descendieron rápidamente, y uno de ellos se acercó a Carlos.
—¿Estás bien, muchacho?
—Sí… —respondió, aún algo aturdido.
El enfermero sacó un escáner portátil y lo pasó por el cuerpo de Carlos.
—No tienes fracturas… ni contusiones… ni siquiera un rasguño —murmuró, revisando los resultados en su pantalla—. Vaya, parece que solo fue el susto.
Se quedó un momento en silencio antes de añadir, más para sí mismo que para los demás:
—Aún así… no me explico cómo sobreviviste a un atropello a esa velocidad.
Carlos no respondió.
Porque él tampoco tenía idea.