Los robots reconstructores trabajaban con una precisión impecable. Sus brazos mecánicos, equipados con herramientas de reparación avanzada, retiraban los escombros con rapidez mientras reconstruían las partes dañadas del restaurante. En cuestión de minutos, el caos del accidente se había convertido en una escena de restauración meticulosa.
Una camarera robótica se acercó a los tres chicos y al resto de los clientes. Su voz era suave y programada para transmitir calma.
—Estimados comensales, les pedimos que se retiren. No se les cobrará por los servicios. El gobierno cubrirá los costos de los daños.
Carlos, Nataly y Nate intercambiaron miradas antes de asentir.
—Gracias —dijo Nataly, todavía procesando lo ocurrido.
Sin más que hacer allí, los tres salieron a la calle.
—¿Viste todo el equipo médico que trajeron? —dijo Nate, sacudiendo la cabeza con asombro—. ¡Hasta traían prótesis por si Carlos quedaba hecho pedazos!
—No lo digas ni en broma —gruñó Nataly, cruzándose de brazos—. No puedo creer que ya haya sobrevivido a dos accidentes en menos de veinticuatro horas.
—Esta ciudad se está volviendo peligrosa… —añadió después con un suspiro.
—¿Peligrosa? ¡Si es la más segura del mundo! —replicó Nate con una carcajada.
—Peor aún… —Nataly desvió la mirada, pensativa.
Carlos seguía callado, aún dándole vueltas a lo que había pasado.
—El auto no pesaba nada —dijo finalmente—. Seguro no me lastimó porque era liviano.
Nate soltó una carcajada burlona.
—¿Liviano? Quizás para ti, señor con habilidades raras. Pero ese auto pesaba entre seis y ocho toneladas.
Carlos abrió la boca para responder, pero no tenía argumento.
—…No puede ser.
—Oh, sí puede ser, y lo viste con tus propios ojos —dijo Nate, cruzando los brazos—. Deberíamos ver qué más poderes tienes.
Carlos frunció el ceño.
—¿Perdón?
—Tiene razón —intervino Nataly, aunque con más cautela—. Es mejor entender lo que puedes hacer antes de que algo salga mal.
Carlos suspiró, resignado.
—Genial. Ahora son dos contra uno.
—Exacto —dijo Nate con una sonrisa victoriosa—. Pero la pregunta es… ¿dónde podemos hacer esto sin que termines destruyendo todo?
—Oh, yo sé el lugar perfecto —dijo Nate con entusiasmo—. Hay una vieja fábrica de almohadas sintéticas a las afueras de la ciudad.
Carlos y Nataly lo miraron sin expresión.
—¿Una fábrica de almohadas? —repitió Carlos.
—Sí, sí, suena ridículo, pero escuchen: está abandonada desde hace años, es espaciosa y está lejos de miradas curiosas.
—No lo sé… —dijo Nataly con desconfianza—. Podría ser peligroso. Además, mucha gente sin hogar usa esos lugares para vivir.
—Primero, qué prejuiciosa, Nataly. Y segundo, ya he estado ahí muchas veces. Conozco a la gente que vive ahí. No nos molestarán.
Carlos y Nataly intercambiaron miradas antes de asentir.
—Está bien. Vamos.
Bajaron del autotaxi en los límites de la ciudad norte. Ante ellos se alzaba un edificio enorme, de paredes corroídas y ventanales rotos. Los restos de lo que alguna vez fueron enormes máquinas habían sido desmantelados y vendidos como chatarra, dejando un interior amplio y vacío, exceptuando por un par de máquinas cubiertas por mantas.
Nate sonrió y extendió los brazos al entrar al espacio abierto del centro.
—¡Es perfecto! —dijo, su voz resonando en el eco del edificio.
Carlos miró a su alrededor, sin estar convencido.
—Bien… ¿por dónde empezamos?
Nate sacó algo de su espalda: un martillo.
Carlos apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Nate lo arrojara directamente a su frente.
El golpe fue seco y fuerte.
Carlos se agachó de inmediato, llevándose las manos a la cabeza por el dolor.
—¡¿Qué demonios te pasa, idiota?! —gritó Nataly, corriendo hacia él.
Nate levantó las manos como si nada.
—¡Es su culpa! No se quitó del camino.
—¿Cómo rayos querías que me quitara del camino?! —bramó Carlos, todavía sobándose la frente.
La piel donde el martillo había impactado estaba rota, pero, ante los ojos de los tres, la herida comenzó a cerrarse poco a poco hasta desaparecer.
—¡Mira! ¡Sanaste en segundos! —exclamó Nate, emocionado—. ¡Es increíble!
—¡Eso no significa que puedas andar lanzándome cosas, idiota! —Carlos seguía molesto.
—No lo entiendes —dijo Nate con una sonrisa traviesa—. Podrías haberlo evitado si hubieras usado tu desaparición.
Carlos lo miró con el ceño fruncido.
—¿Mi qué?
—Tu teletransportación —intervino Nataly—. Lo que hiciste en mi departamento.
Carlos apretó los puños.
—¡No sé cómo lo hice!
Nate soltó una carcajada.
—Pues será mejor que lo aprendas, ahora.
Carlos abrió la boca para insultarlo…
Y desapareció.
Un destello azul lo envolvió y, en un parpadeo, ya no estaba allí.
Nate y Nataly se quedaron congelados.
Medio segundo después, Carlos apareció nuevamente, justo detrás de Nate, a escasos centímetros de él.
Nate se sobresaltó y cayó al suelo de espaldas, con los ojos abiertos como platos.
Carlos también se quedó paralizado.
Nataly, con la boca entreabierta, miró la escena incrédula.
Los tres se quedaron en silencio, procesando lo que acababa de ocurrir.
Carlos respiró entrecortado.
—Mierda…
—¡Lo hiciste! —gritó Nate desde el suelo, con una mezcla de susto y emoción—. ¡Lo hiciste otra vez!
Carlos miró sus manos.
—Ni siquiera lo intenté… simplemente pasó.
Carlos expresó sus dudas.
—¿Y si no puedo controlarlo? ¿Y si me pierdo en algún lugar?
Nate, aún en el suelo, sonrió.
—Entonces tendremos que asegurarnos de que puedas controlarlo.
Nataly cruzó los brazos con una sonrisa burlona.
—Yo creo que tu teletransportación se activa cuando insultas a Nate.
Carlos rió.
—Podría ser una buena teoría.
—Ja-ja, muy graciosa —respondió Nate con sarcasmo—. No, en serio, debe estar relacionado con su estado de ánimo. Alguna liberación de emociones fuertes activa la habilidad como un mecanismo de defensa.
Carlos arqueó una ceja.
—¿Acaso te compraste un diccionario?
—Cállate —gruñó Nate.
Nataly suspiró.
—Bueno, en lugar de hacer teorías sin pruebas, probemos tu fuerza.
—Eso suena mucho más seguro que hacerte desaparecer sin control —admitió Nataly.
Carlos miró a su alrededor.
—¿Con qué?
Nate observó el vacío de la fábrica y sonrió con malicia.
—Levanta a… —Hizo una pausa, buscando algo adecuado—. A Nataly.
—¿¡Qué!? ¿¡Y yo por qué!? —protestó ella de inmediato.
—Carlos siempre ha sido un debilucho —dijo Nate con una sonrisa burlona—. Seguramente ahora sí podrá levantarte con facilidad. No te dejará caer como aquella vez en primaria.
Nataly le lanzó una mirada asesina.
Carlos suspiró y se acercó a ella.
—Vamos, solo será un segundo.
Nataly dudó, pero al final asintió, sin estar del todo convencida.
Carlos la tomó con ambas manos y, para sorpresa de ambos, la levantó sin esfuerzo alguno.
—Vaya, no pesas nada —dijo con una sonrisa.
Nataly sintió su rostro calentarse de inmediato.
—B-bájame…
Carlos, divertido por su reacción, decidió ir un poco más allá.
La lanzó ligeramente al aire y la atrapó con facilidad.
Nataly soltó un pequeño grito, pero al ver que Carlos la sostenía con firmeza, la emoción superó al miedo.
—¡No hagas eso!
—Tranquila, te tengo.
Pero Carlos se dejó llevar.
—Veamos qué tan alto puedo lanzarte.
—¡¿Qué?! ¡No, no, espera…!
Carlos la lanzó con más fuerza esta vez.
Nataly ascendió hasta casi tocar el techo de la fábrica. Sus ojos se abrieron como platos mientras el vértigo se apoderaba de ella.
—¡Caaaarlooos!
Antes de que pudiera entrar en pánico, Carlos la atrapó sin ningún problema.
—¡¿Estás loco?! —gritó ella, su corazón latiendo a mil por hora.
—¡Fue increíble! —exclamó Nate—. Pero Nataly no es la mejor prueba.
Carlos la bajó al suelo con cuidado.
Nataly, aún sintiendo el vértigo, se tambaleó un poco antes de soltarle una bofetada a Nate.
—¡Usarme de conejillo de indias!
Nate se sobó la mejilla con una mueca.
—Vale, lo merecía… pero fue un buen experimento.
Mientras seguía explorando la fábrica, Nate encontró algo cubierto por una gruesa manta. Al retirarla, reveló un enorme brazo mecánico, parte de lo que alguna vez fue una línea de ensamblaje.
—¡Esto es perfecto! —gritó Nate con entusiasmo.
Carlos observó el brazo con incredulidad.
—Eso pesa toneladas.
—Exacto. Veamos si puedes levantarlo.
Carlos respiró hondo y colocó ambas manos en la base de la estructura.
—Vamos, Carlos —dijo Nataly—. Si pudiste levantar un auto, esto debería ser fácil.
—Fácil para ti que no eres quien lo intenta… —murmuró Carlos antes de hacer fuerza.
El metal rechinó cuando Carlos comenzó a levantar la estructura. Sus músculos se tensaron, y con un par de gruñidos logró alzar el pesado brazo mecánico. Sin embargo, al no haberlo tomado por su centro de masa, el objeto comenzó a balancearse de un lado a otro.
—¡Cuidado! —gritó Nataly.
Carlos intentó estabilizarlo, pero el peso era demasiado irregular. Sin otra opción, lo soltó.
El brazo mecánico cayó con un estruendo, rompiendo el suelo y levantando una nube de polvo.
—¡Mierda! —exclamó Nate, cubriéndose la boca y la nariz.
Carlos se enderezó, sacudiéndose el polvo de la ropa.
—Bueno… no fue mi mejor idea.
Nataly y Nate miraron la grieta en el suelo con asombro.
—Eso… eso fue impresionante —dijo Nataly.
Pero antes de que pudieran seguir con la conversación, Carlos sintió un cosquilleo en la nariz.
—Ah… ah… ¡Achoo!
Y desapareció.
Nataly y Nate se quedaron helados.
—¿Dónde…?
Carlos apareció a unos metros de distancia.
Desapareció y reapareció en otro punto.
Nate y Nataly giraban de un lado a otro, tratando de seguirlo.
—¡Está teletransportándose con cada estornudo! —gritó Nate, maravillado.
Carlos no podía controlarlo. Cada vez que estornudaba, su cuerpo se desvanecía y aparecía en otro lugar de la fábrica.
Nataly y Nate solo podían seguir girando en todas direcciones, esperando ver dónde aparecería la próxima vez.
Carlos respiró hondo y trató de calmarse.
Cuando finalmente dejó de moverse, se dio cuenta de dónde estaba.
—Mierda… otra vez en un lugar alto.
Miró a su alrededor con el ceño fruncido. Estaba en el techo de la fábrica.
—¿Cómo demonios bajo ahora?
No había escaleras ni estructuras a las que pudiera aferrarse. La caída era considerable, y aunque había sobrevivido a cosas peores en las últimas horas, no estaba seguro de querer arriesgarse otra vez.
Mientras tanto, abajo, Nataly y Nate seguían buscándolo.
—Búscalo con tu rastreador, como la última vez —dijo Nataly, cruzándose de brazos.
Nate asintió y activó su dispositivo holográfico, pero frunció el ceño al ver los resultados.
—Esto es raro… —murmuró—. Dice que está justo aquí, con nosotros.
Nataly alzó una ceja.
—¿Qué? Eso no tiene sentido.
Ambos intercambiaron miradas y volvieron a inspeccionar el lugar. No tenían idea de que Carlos estaba sobre sus cabezas.
Arriba, Carlos sintió cómo el miedo empezaba a apoderarse de él.
Un ataque de ansiedad se avecinaba, su respiración se aceleraba.
—No… cálmate. Respira… lento…
Cerró los ojos y se obligó a inhalar profundamente, luego exhaló despacio. Repitió el proceso varias veces hasta que sintió que su mente volvía a estar en control.
—Bien… una emoción fuerte, ¿cierto? —murmuró para sí mismo.
Pero entonces frunció el ceño.
—Pero… un estornudo no es una emoción fuerte.
La idea de que su teletransportación se activaba por emociones intensas tenía sentido, pero si realmente era así, ¿por qué había ocurrido con algo tan trivial como un estornudo?
No tenía respuestas.
Así que decidió dejar de pensar y actuar.
Corrió hacia el borde del techo con la intención de saltar y teletransportarse en el aire… pero se detuvo en seco.
—Un momento… aunque lo logre, ¿a dónde voy a terminar apareciendo?
Miró hacia abajo.
La imagen del suelo, justo donde quería aterrizar, se quedó fija en su mente.
—Allí.
Antes de que pudiera dudar, se arrojó del techo.
El aire le golpeó el rostro con fuerza, el vértigo se apoderó de su estómago… y, en el último segundo, desapareció.
Reapareció justo en el lugar donde había visualizado.
Cayó sobre sus rodillas, su corazón latiendo con fuerza.
—¡Lo hice! —exclamó, sintiendo la adrenalina recorrer su cuerpo.
Pero aún no terminaba.
El miedo había sido su detonante. Ahora tenía otra emoción dominándolo: el deseo de volver con sus amigos.
Quiso, deseó, necesitó estar con Nataly y Nate.
Y su cuerpo reaccionó.
Desapareció de nuevo.
Un instante después, estaba dentro de la fábrica, de pie frente a ellos.
Todavía agitado y sin aliento.
Nataly y Nate se quedaron en shock.
—¿Carlos…?
Carlos abrió la boca para hablar, pero de repente sintió una oleada de fatiga abrumadora.
Sus piernas temblaron.
Y entonces, sus ojos se destiñeron lentamente, el celeste brillante desapareció, devolviéndolos a su color oscuro natural.
Con ese cambio, un hambre atroz se apoderó de él, acompañada de un agotamiento extremo.
—Oye… Carlos, tus ojos… —murmuró Nataly.
Carlos apenas tenía fuerzas para levantar la cabeza.
—¿Qué pasa con mis ojos?
—Ya no son azules.
El hambre le rugía en el estómago. Apenas podía mantenerse en pie.
Nate reaccionó primero.
—Toma.
Sacó una esfera de agua y una barra de granola de su mochila y se las pasó.
Carlos apenas tardó un segundo en tragarse la esfera de agua y la barra de un solo bocado.
Pero aún seguía hambriento.
Nataly y Nate lo observaron en silencio.
Carlos, sin fuerzas, se dejó caer sobre una caja metálica y cerró los ojos un momento, tratando de recuperar el aliento.
Pasaron unos minutos.
Cuando finalmente se sintió un poco mejor, Nate se percató de que Carlos estaba más débil que antes.
—oye carlos—dijo Nate tocando la cara blanda de carlos—creo que tus ojos y tus poderes están conectados.
Carlos un poco enojado de que lo esté pellizcando.
—por que lo dices—dijo Carlos intentando apartarse de los pellizcos.
Nataly se acercó también a pellizcarle los cachetes.
—Nate tiene razón, te sientes aguadito, débil, como siempre fuistes—dijo Nataly molestandolo también.
Carlos ya enojado de que se burlen y pellizquen exclama que intentará probar la fuerza nuevamente.
—Voy a intentarlo de nuevo —dijo con determinación.
Se acercó al brazo mecánico y colocó ambas manos en él, preparándose para levantarlo.
Pero… nada.
Carlos frunció el ceño y aplicó más fuerza, pero no se movió ni un centímetro.
Resoplando, giró la cabeza hacia Nataly y la miró con inseguridad.
—A ver… súbete otra vez.
Nataly lo miró con una mezcla de duda y curiosidad, pero accedió.
Carlos intentó levantarla, pero… tampoco pudo.
Soltó un suspiro de frustración.
—¿Qué demonios…?
Carlos volvió a ser el mismo joven poco atlético de siempre y eso venía incluído de un hambre desgarrador y un enorme cansancio su cuerpo no soportaba más estar de pie.