Carlos estaba en el tejado del edificio, con la mandíbula apretada y el cuerpo tenso.
El disparo todavía le ardía. Aunque su piel ya se había regenerado, el dolor seguía ahí, punzante, como un recordatorio de lo que acababa de pasar.
Respiró hondo, intentando calmarse.
Se sentó en el borde del techo y miró hacia abajo.
La banda criminal que se hacían llamar los cuernos de oro estaban siendo esposados y llevados a las patrullas flotantes. Los civiles eran atendidos, algunos lloraban, otros eran interrogados por los oficiales de policía.
Carlos se quitó el casco y lo dejó a un lado.
Y tras un suspiro breve extendió su brazo derecho y activó el holograma de su teléfono, buscando los trasmisiónes en vivo.
Había varias transmisiones cubriendo el evento.
Eligió una.
—Estamos aquí con una de las víctimas del asalto, —decía una reportera, sosteniendo un micrófono frente a una mujer que todavía parecía afectada—. Dígame, ¿qué opina sobre lo acontecido? ¿Vio al supuesto superhéroe "Teleportman" en acción?
La mujer frunció el ceño.
—¿"Supuesto"? no es ningun farsante. Nos salvó.
Carlos exhaló, sintiendo una ligera calma.
Pero la reportera siguió.
—Muchos ciudadanos en los comentarios dicen que no fue para tanto, que incluso sin su presencia, ustedes habrían salido ilesos. ¿Qué opina sobre eso?
La mujer resopló con irritación.
—Que no son más que gente estúpida hablando desde la comodidad de sus casas. ¡Esos malditos tenían armas! Nadie sabe lo que podría haber pasado. Si se hubieran salido con la suya, ¿quién sabe si nos habrían dejado ir felices a nuestras casas?
Carlos bajó la mirada, reflexionando.
Cerró esa transmisión y cambió a otra.
Esta vez, estaban entrevistando a un oficial de policía.
—Dicen que usted fue quien le disparó en la mano al supuesto héroe "Teleportman". ¿Qué tiene que decir al respecto?
El oficial sonrió, con una actitud relajada.
—Bueno… yo no fui, en realidad.
—Entonces, ¿quién lo hizo?
El hombre se cruzó de brazos.
—Soy el jefe al mando y no voy a delatar a uno de mis compañeros, así que no diré nada sobre quién pudo o no haber sido.
Carlos sintió una presión en el pecho.
—¿Teme represalias por parte de "Teleportman"?
El oficial soltó una risa corta.
—¿Temerle? ¡Por favor! Solo es un entrometido. Teníamos toda la situación bajo control.
Carlos parpadeó.
—¿Está diciendo que su intervención no fue necesaria?
—Exacto. Teníamos francotiradores y hasta dos oficiales infiltrados como rehenes. Ese sujeto, o esa cosa, solo llegó a estorbar mi operación.
Carlos cerró el holograma y dejó caer la mano sobre su pierna.
No estaba enojado.
Ni siquiera frustrado.
Solo sintió algo frío en el pecho.
Una sensación incómoda que no terminaba de entender.
No importaba lo que hiciera, siempre habría alguien que minimizaría su esfuerzo.
Siempre habría alguien que diría que no era suficiente.
Soltó un suspiro, cerró los ojos un momento y dejó que el viento nocturno lo envolviera.
Mientras la noche cubría la ciudad con su manto oscuro, Carlos observaba el horizonte desde la cima del edificio. Su casco descansaba en sus manos. Todo había comenzado como una broma, un simple juego, pero ahora debía lidiar con las consecuencias de ser un héroe.
¿Debería parar?
Las dudas lo acosaban. Aún estoy a tiempo. Podría desaparecer ahora mismo y nadie lo notaría.
Abajo, las luces rojas y azules iluminaban las calles, y el sonido de las sirenas rompía la calma nocturna. Algo estaba ocurriendo.
¿Debería ir?
Finalmente, lo decidió. Se colocó el casco y volvió a ser Teleportman.
Con unos cuantos saltos, dobló el espacio bajo su cuerpo y atravesó la ciudad en un pestañeo. Apareció sobre el techo de la patrulla, que avanzaba a toda velocidad hacia un destino desconocido.
De repente, la sirena se apagó, aunque las luces seguían parpadeando. Los oficiales descendieron y entraron en un edificio de fachada roja, con amplias ventanas y barandales decorados con hermosas flores. Lianas colgaban desde el tejado, dándole un aire acogedor.
¿Qué pudo haber ocurrido aquí?
Teleportman descendió del techo de la patrulla y se adentró en el edificio. El ascensor estaba en uso, seguramente por los oficiales. Las escaleras eléctricas no funcionaban. No quedaba de otra que subirlas manualmente.
Cada paso se sentía pesado. Una sensación de angustia recorría su espalda. Tal vez solo era un caso de violencia doméstica. Nada que la policía no pudiera manejar sola, ¿no?
Entonces, un destello rojo cruzó a centímetros de su casco.
Un proyectil láser.
Desde el piso de arriba.
Se escucharon gritos y quejidos. Teleportman se apresuró y, al acercarse, pudo distinguir los sonidos de más disparos. Un oficial se cubría tras el marco de una puerta, disparando contra alguien oculto detrás de un sofá.
En el suelo, otro oficial yacía inmóvil en un charco de sangre.
Estaba muerto.
Teleportman no dudó más. Se teletransportó dentro de la habitación y, antes de que el criminal pudiera reaccionar, lo inmovilizó desde atrás, sujetándolo en una posición de rendición.
—¡¿Quién carajos eres?! —gritó el hombre, forcejeando inútilmente.
Teleportman apretó su agarre.
—Mataste a un hombre. A un ser humano...
—¡Fue defensa propia! —gruñó el criminal, luchando por zafarse—. Esos imbéciles dispararon primero.
Luego, giró la cabeza intentando ver a su captor.
—Eres ese superhéroe loco... Tele-algo, ¿no? Vi las transmisiones. ¡Ellos también te dispararon! ¿Por qué los apoyas?
El oficial herido entró al cuarto, aún con el arma en mano, apuntando al criminal.
Sin decir una palabra, Teleportman desapareció.
Apareció afuera del edificio, sosteniendo el arma del criminal. La observó unos segundos y, con ambas manos, la partió en dos. Luego, arrojó los restos en un basurero flotante.
No tenía palabras.
No tenía respuestas.
Solo se fue.
La noche aún era joven.
Teleportman avanzaba por la ciudad en busca de algún crimen que resolver. Algo que le asegurara que realmente era necesario en este lugar… o que al menos demostrara que no estaba causando más daño colateral, como le reclamaba la policía.
Pero todo parecía en calma.
Los niños reían en los parques, la gente cenaba en los restaurantes, los androides servían fielmente a la población, algunos ayudando con tareas cotidianas, otros anunciando negocios cercanos. El tráfico fluía con perfecta armonía.
Tal vez no estaba buscando bien.
El crimen no siempre está a la vista. Generalmente, los lugares más peligrosos de la ciudad se encontraban en las afueras del centro, donde la oscuridad y el abandono dominaban el paisaje.
Sin embargo, incluso allí, todo parecía estar en paz. Unos niños jugaban un partido de pelota, lanzándola a través de unos aros improvisados.
Teleportman sonrió bajo su casco al verlos.
Estaba a punto de irse, de saltar al tejado de otro edificio, cuando escuchó una voz angustiada.
—¡Hijo!
No era un grito de dolor ni de alarma, pero sí de una madre preocupada. Su tono se volvía más tenso con cada llamado.
Teleportman ajustó la visión de su casco para escuchar mejor. Desde la cima del edificio, observó a la mujer hablando con los niños que jugaban.
—¿Han visto a Hugo? —preguntó con desesperación.
—No, señora —respondió uno de los niños—. Huguito se fue a su casa hace media hora.
—No ha llegado… ¿No vieron hacia dónde fue? ¿Dijo que iba a comprar algo? ¿A qué tienda?
—No, señora —contestó una niña, visiblemente confundida y preocupada al ver la angustia de la madre.
—Creo que se fue con Pepe… —dijo un niño más pequeño.
La madre se llevó las manos a la boca. Su rostro se llenó de terror.
—Ese maldito desgraciado de Pepe… —susurró, antes de salir corriendo en busca de su hijo—. Le dije a Hugo que ese chico era una mala influencia.
Teleportman la siguió desde los tejados.
—¡Hugo! ¿Dónde estás, hijo? —seguía gritando la mujer mientras recorría la zona.
En un callejón oscuro, Teleportman se ocultó, asegurándose de que nada le sucediera a la madre en su desesperada búsqueda.
Seguramente Hugo solo se quedó jugando hasta tarde con ese tal Pepe… pensó.
Un hedor repugnante lo sacó de sus pensamientos.
Detrás de él, una bolsa de basura parecía estar podrida desde hace milenios. En una ciudad que olía siempre a rosas y limpieza, aquella peste era una anomalía asquerosa.
Movido por la curiosidad y un mal presentimiento, abrió la bolsa.
Y entonces lo vio.
El cuerpo de un niño. Cercenado.
Retrocedió de golpe. Se quitó el casco rápidamente y vomitó.
Intentando recomponerse, se lo colocó de nuevo. Sus ojos se fijaron en otra bolsa, un poco más al fondo, pegada a la pared.
Por favor, que no sea otro cuerpo…
Se acercó con cautela y retiró la bolsa.
Bajo ella, había un niño inconsciente. Su rostro estaba lleno de golpes y hematomas, y en su pecho descansaba una pequeña moneda de oro con el dibujo de un toro.
Teleportman lo tomó en brazos.
Aún respiraba.
Sin perder tiempo, corrió en busca de la madre con la esperanza de que fuera su hijo. Y lo era.
Le explicó todo. La mujer quedó paralizada, temblando de horror al escuchar sus palabras. Poco después, la policía llegó al lugar.
Desde el tejado de un edificio cercano, Teleportman observó en silencio cómo los oficiales tomaban el control de la escena.
No sabía qué pensar.
Esto no era la clase de acto heroico que imaginaba. No se necesitaban superpoderes para hacer lo que él hizo. Pero si tenía estos poderes…
Podía descubrir quién había hecho esto.
Y hacer que paguen por sus crímenes.
Teleportman observaba desde las alturas. Esperaba ver algo, cualquier pista que ayudara a la policía a esclarecer lo ocurrido. La otra opción era interrogar al niño, pero ya lo llevaban en una ambulancia. No estaba en condiciones para hablar.
¿Quién…?
¿Quién podía ser tan desalmado como para hacerle eso a dos niños?
Bajo el casco, Carlos apretó los dientes, lleno de furia. Cerró el puño con fuerza. Sentía unas enormes ganas de golpear al primero que se cruzara en su camino.
Pero respiró hondo.
Soltó el aire lentamente y abrió la mano.
Enojarse no iba a solucionar nada.
Se alejó del lugar, teletransportándose de edificio en edificio. Tal vez no podía hacer nada por el crimen que ya había ocurrido, pero sí podía evitar que volviera a repetirse.
Patrulló durante dos horas. Nada.
La ciudad seguía viva, con su gente feliz en sus propias vidas, ignorando por completo los horrores que se habían desatado esa noche.
De pronto, un rugido estruendoso rompió la armonía. Una motocicleta corría a toda velocidad por las calles, desafiando todas las reglas de tránsito.
Teleportman alzó la vista. El vehículo había ignorado la barrera de energía que se activaba en los semáforos en rojo. Solo vehículos de emergencia podían atravesarla. Aquella motocicleta no era uno de ellos.
Eso no era posible… salvo que el sistema hubiera sido hackeado.
Se teletransportó para seguirla. La moto se colaba entre autos flotantes, rompiendo la perfecta sincronía del tráfico. Su conducción era errática y peligrosa.
Tenía que detenerla.
Saltó desde lo alto de un edificio. En plena caída, se teletransportó y apareció sobre el techo de un auto en movimiento. De ahí saltó a otro, y luego a otro, teletransportándose de vehículo en vehículo hasta estar lo suficientemente cerca.
Desde la palma de su mano, lanzó un rayo de energía. El disparo golpeó la moto por detrás, haciendo que girara y su conductora cayera al suelo.
—¡Mierda! —exclamó Teleportman, llevándose una mano al casco—.
Otra vez me pasé... aún no controlo bien la potencia.
Corrió hacia la conductora.
Antes de que pudiera ayudarla, la mujer sacó un arma de su costado y le apuntó.
Alrededor, la gente empezó a grabar, a llamar a la policía. Los autos cambiaban de ruta para evitar el área del accidente.
Teleportman alzó las manos instintivamente… pero luego las bajó.
Dentro de él, sintió una extraña adrenalina. Tener un arma apuntando directo al pecho lo hacía sentirse… vivo. Incluso dejó escapar una sonrisa.
—Oh, wow. Tranquila… baja eso, amiga. Te saltaste todas las leyes de tránsito. ¿Seguro que tienes licencia para manejar… o para portar un arma?
—¡Muere, imbécil! —gritó la mujer, intentando levantarse.
La voz, enojada, era claramente femenina. No tendría más de 30 años.
El disparo láser salió de su arma, directo al corazón de Teleportman.
Pero él ya no estaba ahí.
Se teletransportó y apareció justo detrás de ella.
—Ups. Creo que la caída arruinó tu puntería. —soltó con tono burlón.
—¡Maldita cucaracha! —gritó la mujer.
Teleportman la tomó del brazo y, con un solo apretón, le rompió la mano. Ella soltó el arma y gritó de dolor.
—¿¡Qué te pasa, idiota!?
—¿A mí? ¿Tú eres la que intentó matarme! —exclamó Teleportman.
—¡Tú destruiste mi moto! —lloriqueó entre gritos, sujetándose la mano.
—Y tú pusiste en peligro a toda la ciudad con tu conducción suicida —respondió él, perdiendo la paciencia.
La mujer, aún adolorida, sacó un cuchillo oculto en su bota e intentó apuñalarlo.
—¿Estás loca? —exclamó Teleportman, esquivándola.
—¡Eres un maldito! ¡Arruinaste mi misión! —gritó con rabia.
—Oh, perdón… ¿quieres que te cargue el juego de nuevo? —respondió con sarcasmo—. ¿De qué misión hablas?
La mujer soltó una risa amarga.
—¡Pudrete!
Y entonces mordió algo entre sus dientes.
Teleportman se apartó al ver cómo su cuerpo empezaba a convulsionar. Espuma blanca brotó de su boca. Un segundo después, estaba muerta.
Confundido, Teleportman solo escuchó las sirenas acercarse. Sin esperar a que lo rodearan de preguntas, se teletransportó lejos.
Apareció en la azotea de otro edificio. Se quitó el casco y se quedó en silencio, mirando la ciudad.
¿Qué rayos está pasando hoy?
¿Por qué tanta muerte donde sea que voy?
Se quedó un momento ahí, respirando, sin saber qué pensar.
¿Y si soy yo el que la atrae?
¿Y si ser un héroe solo empeora las cosas?
Quizás… solo por hoy… debía parar.
Porque lo que había visto esa noche, era más de lo que cualquier ser podía soportar. Se quito el traje y dió un breve paseo siendo Carlos pormla ciudad.
La ciudad nocturna tenía un brillo especial.
Los edificios, que durante el día eran estructuras grises y altas, ahora se tornaban negros con luces azules vibrantes que delineaban sus formas. Las plantas bioluminiscentes resplandecían con un tenue verde, y los anuncios holográficos flotaban en el aire como fantasmas de neón.
Caminar por la ciudad a esa hora era como presenciar un espectáculo de fuegos artificiales en cámara lenta, con cada edificio mostrando su propio show de luces.
Carlos caminaba con las manos en los bolsillos, la cabeza gacha, su reflejo distorsionado en los charcos que dejaban las lluvias de limpieza nocturna.
Por las calles, los autos flotaban en filas ordenadas, avanzando hacia sus hogares. Agentes de tránsito androides sincronizaban el tráfico con precisión milimétrica, asegurando que todo fluyera sin contratiempos.
Otros androides paseaban perros en los parques, cuidaban niños o realizaban tareas de mantenimiento en la ciudad, cada uno cumpliendo su función con una eficiencia inhumana.
Pero Carlos apenas prestaba atención.
Su mente estaba atrapada en un torbellino de dudas.
Las últimas horas habían sido intensas. Apenas estaba comenzando en esto de ser un héroe y ya sentía el peso de la responsabilidad sobre sus hombros.
No solo eso.
No estaba seguro de si realmente quería seguir haciéndolo.
Ser Teleportman había comenzado casi como una broma. Un accidente que simplemente decidió aceptar. Pero ahora, después de todo lo que había sucedido… ¿realmente era lo correcto?
¿Aún tenía tiempo para renunciar?
Suspiró y, sin pensarlo demasiado, entró a un bar.
El interior era un caos de ruido, luces y gente conversando en voz alta. Música vibrante resonaba en el aire, y los hologramas decorativos proyectaban formas psicodélicas en las paredes.
Carlos nunca había sido fanático del alcohol, así que simplemente pidió un vaso de soda y se apoyó en la barra, sintiéndose fuera de lugar.
Tomó un sorbo y cerró los ojos un momento, intentando ahogar sus pensamientos.
Entonces, una chica se sentó a su lado.
Pidió un jugo de naranja.
Carlos no pudo evitar soltar una leve risita irónica.
En un lugar como ese, donde la mayoría bebía cócteles o licores sintéticos, alguien más había decidido no tomar alcohol.
Pero su risa no pasó desapercibida.
La chica giró la cabeza y lo miró con el ceño fruncido.
—Disculpa… ¿acaso mis gustos te molestan? —dijo, cruzando los brazos y recargándose en la barra—. ¿Crees que debería beber ese veneno que tú consumes?
Carlos parpadeó, sorprendido.
—No, no, no era mi intención burlarme —se apresuró a decir, levantando las manos—. Yo tampoco bebo alcohol. Esto es soda.
La chica lo observó un segundo más antes de relajarse.
—Oh.
—Mucho gusto, me llamo Carlos —dijo, extendiendo la mano.
Ella lo miró por un instante, como si estuviera decidiendo si darle la mano o no.
Pero finalmente, una breve sonrisa cruzó su rostro y se la estrechó.
—Me llamo Maritza.
—Mucho gusto, Maritza.
Ambos se dieron la mano y, por primera vez en toda la noche, Carlos sintió que su cabeza se despejaba un poco.
—¿Quieres salir? —preguntó Maritza de repente.
Carlos la miró con curiosidad.
—¿Salir de qué forma?
—Afuera —respondió ella, señalando la puerta—. Este lugar es muy ruidoso.
Carlos asintió.
El bar nunca le había gustado realmente, y la idea de caminar un rato con alguien con quien pudiera conversar le pareció mejor que seguir ahogándose en sus propios pensamientos.
Salieron juntos a la ciudad nocturna.
Las calles estaban tranquilas, iluminadas por los tonos azulados de los edificios y el resplandor verde de las plantas bioluminiscentes. El aire fresco le hacía bien a Carlos, despejándole un poco la mente.
—¿A qué te dedicas, Maritza? —preguntó, rompiendo el silencio.
—Soy actriz —respondió ella con una sonrisa.
Carlos levantó una ceja, interesado.
—¿En serio? ¿En qué películas has salido?
Maritza rió suavemente.
—Bueno… en ninguna todavía.
—Oh…
—Estoy yendo a castings. Tengo el presentimiento de que pronto me llamarán.
Carlos sonrió.
—Espero que así sea.
Caminaron unos metros más antes de que él hablara de nuevo.
—Puedo preguntar… ¿cuántos años tienes? Perdón si es algo muy personal, solo quiero darme una idea.
Maritza lo miró con diversión.
—¿Quieres averiguar si soy una pobre chica fracasada de 40 años sin trabajo?
Carlos se rió.
—No, no es eso.
—Tengo 23 —dijo ella finalmente.
Carlos asintió.
—Ah, yo tengo quin… digo, 20.
Se corrigió a tiempo, recordando que en realidad habían pasado cinco años desde su último recuerdo.
—¿Y tú? ¿A qué te dedicas? —preguntó Maritza con curiosidad.
Carlos dudó un segundo antes de responder.
—Digamos que patrullar y proteger por ahora.
—Oh, ¿eres policía?
Carlos negó con la cabeza.
—No… es algo más privado.
Maritza arqueó una ceja.
—¿Eres un guardia de seguridad?
—Algo así…
—¿En serio aún contratan humanos para eso? Pensé que usar humanos para proteger a las personas era cosa de los cavernícolas del siglo XXI.
Carlos soltó una risa nerviosa.
—Sí… bueno, aún contratan humanos.
Maritza lo miró de arriba abajo.
—No quiero ofender, pero… te ves demasiado flaco. ¿No deberías estar en mejor forma para ser guardia?
Carlos forzó una sonrisa.
—La condición física no lo es todo. También es importante la técnica.
Para enfatizar su punto, hizo un par de movimientos de combate en el aire, fingiendo que sabía lo que hacía.
Maritza rió suavemente.
Carlos y Maritza se divirtieron hablando de pasatiempos y hobbies.
Carlos, sin darse cuenta, soltó un bostezo.
—Parece que la noche te alcanzó —bromeó ella.
Carlos asintió.
—si, no suelo dormir tan tarde, aunque realmente no tengo sueño...es extraño.
Maritza lo miro con incrédulidad.
—Entonces nos vemos mañana, ¿podríamos tomar un café o algo por el estilo?—dijo Maritza con bastante confianza.
Carlos sonrió y acepto la propuesta.
Se detuvieron en una esquina, listos para separarse.
—Fue un gusto conocerte, Carlos.
—Igualmente, Maritza.
Antes de irse, ella se inclinó y le dio un beso en la mejilla.
Carlos sintió un leve calor en el rostro mientras la veía alejarse.
Luego, el tomó un autotaxi y volvió a su departamento.
Era una mañana helada cuando Carlos despertó sintiéndose más ligero que en días anteriores.
Se estiró, preparó su desayuno y encendió el holotelevisor para ver las noticias mientras comía.
Pero entonces, algo en la pantalla llamó su atención.
—Esta mañana, un cuerpo fue encontrado cerca de un grupo de contenedores de basura en la zona este de la ciudad…
Carlos dejó su tenedor en la mesa, acercándose al holograma.
La imagen del cuerpo apareció en la pantalla.
El aire se le atascó en la garganta.
Era la chica con la que apenas tuvo una conversación ayer era Maritza no había duda.