David susspiró y guardó su ocarina en el bolsillo interior de su chaqueta. No tenía tiempo para distracciones. Sin importar quién fuera esa chica o qué quería, su mundo y el de los demás eran dos cosas separadas. Él no pertenecía aquí, solo estaba sobreviviendo en las sombras de una sociedad que no necesitaba a los ninjas.
Con paso silencioso, se dirigió al edificio de la secundaria, pasando desapercibido entre los estudiantes que reían y conversaban sobre temas triviales. Subió las escaleras hasta su aula y entró sin hacer ruido. Se sentó en su lugar habitual, junto a la ventana, donde la luz del sol apenas rozaba su escritorio. Desde ahí, podía ver la ciudad extendiéndose más allá de los muros de la escuela, un recordatorio constante de lo ajeno que se sentía en este mundo lleno de pantallas, autos y ruido sin sentido.
El profesor ya estaba escribiendo en el pizarrón, pero David no prestó atención. Su mente aún estaba atrapada en la extraña conversación con aquella chica. "El mundo puede ser más interesante de lo que crees... Si decide abrir los ojos." ¿Qué quería decir con eso?
Sacudió la cabeza. No importaba. Era solo una estudiante entrometida. Nada más.
- ¡David! — la voz del profesor lo sacó de sus pensamientos.
Levantó la mirada con calma, sus ojos fríos y serenos.
— ¿Puedes decirme la respuesta? —preguntó el profesor, con una ceja arqueada.
David miró el pizarrón. Un problema de matemáticas. Fácil.
— Cuarenta y dos — respondió sin dudar.
El profesor parpadeó sorprendido.
— Correcto... Bueno, presta atención la próxima vez.
David desvió la mirada nuevamente hacia la ventana. Prestar atención a cosas como estas no le interesaba. Sin embargo, mientras lo hacía, notó algo en la entrada del edificio.
La chica de antes lo estaba mirando desde el patio, con una expresión que no supo interpretar.
David entrecerró los ojos. Algo estaba a punto de cambiar. Y no estaba seguro de si le gustaba.