Cuando sonó la campana, David se levantó con calma, recogió su mochila y salió del aula sin prisa. Las voces de los demás estudiantes se mezclaban en un murmullo constante mientras avanzaban hacia los vestidores para la clase de gimnasia.
Él no tenía interés en participar en estos ejercicios "modernos", donde los estudiantes apenas sudaban y los profesores se limitaban a hacerlos correr o jugar partidos sin sentido. Para alguien con su entrenamiento, esto era un chiste.
Se puso la camiseta de deporte y los pantalones oscuros, asegurándose de que su katana Nichirin Negra estuviera bien oculta en su casillero antes de salir al gimnasio. El espacio era amplio, con piso de madera y paredes llenas de balones y redes deportivas.
El profesor de gimnasia, un hombre fornido con una gorra y un silbato en el cuello, reunió a todos los estudiantes en el centro de la cancha.
— Hoy haremos combatir uno contra uno — anunciado, lo que provocó murmullos de emoción entre los demás.
David alzó una ceja. No esperaba algo así.
— Iremos por turnos. ¡Quiero ver reflejos, estrategia y velocidad! — continuó el profesor.
Uno a uno, los estudiantes fueron enfrentándose en combates de práctica. Eran peleas torpes, con movimientos predecibles y poco controlados. Para David, todo era una pérdida de tiempo.
Pero entonces, el profesor miró en su dirección.
—David, tú contra…
El hombre se detuvo y se sintió decepcionado.
—Aiko.
David sintió una pequeña punzada de alerta. Aiko… ese era el nombre de la chica que se le acercó antes.
Ella ya estaba de pie al otro lado del gimnasio, estirando los brazos con una sonrisa confiada. Sus ojos brillaban con algo que no supo describir, pero que le hizo entender una cosa: esto no sería un simple combate de práctica.
Algo estaba a punto de revelarse. Y David no tenía claro si estaba preparado para ello.