Aiko abrió los ojos con sorpresa cuando vio a David caminar sin decir palabra hacia la orilla del techo. Su postura era relajada, como si estuviera dando un paseo sin importancia.
— ¿Qué estás haciendo? —preguntó, con un tono que no era de preocupación, sino de genuina curiosidad.
David no respondió.
Se quedó de pie al borde, mirando hacia abajo. El bullicio de los estudiantes en el patio, los autos pasando por la calle, el mundo continuando como si nada.
Entonces, sin dudar, se dejó caer.
El viento silbó en sus oídos mientras descendía en picada. No había miedo en su expresión, ni siquiera tensión en sus músculos.
Y luego, el impacto.
Un sonido seco, brutal. Un cuerpo destruido contra el pavimento.
Los gritos comenzaron casi de inmediato.
Los estudiantes que estaban cerca quedaron paralizados por el horror. Algunos corrieron en dirección contraria, otros sacaron sus teléfonos con manos temblorosas, agarrando el cadáver de David tendido en el suelo.
Aiko, en la azotea, observaba la escena sin moverse.
Pero entonces, sucedió lo imposible.
Menos de un minuto después, el cuerpo de David empezó a regenerarse.
La piel se cerró. Los huesos se unieron de nuevo. Sus ojos, que habían quedado en blanco, recuperaron su color rojo intenso.
Y antes de que alguien pudiera siquiera procesarlo, David se incorporó, como si nada hubiera pasado.
Los gritos se convirtieron en un silencio sepulcral.
Los estudiantes miraban con horror, algunos incluso tropezando mientras retrocedían.
Aiko, desde la azotea, suena levemente.
— Interesante… — murmuró para sí misma.
David, con su uniforme aún desgarrado por el impacto, levantó la mirada hacia ella.
En su expresión no había arrogancia, ni desafío.
Solo frialdad absoluta.
Y en ese momento, Aiko entendió que David no era alguien normal.
No era solo un ninja oculto en la era moderna.
Era algo más. Algo que no debería existir.