David llegó a su casa sin hacer ruido, como una sombra deslizándose por la noche.
Entró y cruzó el pasillo sin que nadie notara su presencia. Su vida en la oscuridad lo había convertido en un experto en moverse sin ser visto.
Al llegar a su habitación, cerró la puerta y dejó escapar un suspiro. Se quitó el uniforme destrozado y lo dobló con precisión, ocultándolo dentro de una bolsa negra que guardaría en un compartimento secreto debajo del suelo. Nadie podía ver ese uniforme en ese estado.
Luego, sacó una camiseta negra y un pantalón cómodo. Se vistió sin prisa, dejando su katana Nichirin Negra apoyada contra la pared, siempre a su alcance.
El sol empezaba a ocultarse, tiñendo el cielo de tonos anaranjados.
David miró por la ventana, observando la ciudad ruidosa, llena de luces y movimiento.
Pero su mente no estaba en los autos ni en las personas.
Estaba en Aiko.
En su mirada curiosa. En el kanji de "muerte" que había dibujado.
Y en la pregunta que no dejaba de repetirse en su cabeza:
¿Quién demonios era ella realmente?