CAPÍTULO:El Peso de lo Cotidiano

El sonido de la puerta del horno se abrió, rompiendo el silencio de la casa. La luz amarillenta del interior iluminó el rostro de la madre de David, que sacaba una bandeja humeante de comida. El olor a comida casera llenó el aire, un contraste que parecía desentonar con la atmósfera tensa que siempre se mantenía entre ellos.

David levantó la vista del manga y vio a su madre, que ya comenzaba a organizar la cena. Sabía lo que venía.

— David, pon la mesa — dijo su madre sin mirarlo, su voz apagada, como si ya esperara que él obedeciera sin preguntar.

David asintió sin palabras. No había necesidad de discutir. Se levantó de la silla, dejó el vaso de jugo sobre la mesa y caminó hacia el armario para sacar los platos. Su madre siempre ordenaba las mismas cosas, sin variaciones. Un día era arroz con pollo, otro sopa, pero nunca había algo diferente. La rutina siempre era la misma, incluso en las noches donde la incomodidad parecía crecer entre los dos.

Tomó los platos y comenzó a colocarlos en la mesa, su mente aún atrapada en el manga que había dejado atrás, en las sombras de la vida que sentía cada vez más cercanas.

— ¿Estás bien? — preguntó su madre, mientras comenzaba a servir la comida en la mesa. Esta vez, su tono no fue el de siempre, ni indiferente ni desapegado. Había una ligera preocupación, una que David nunca supo cómo responder.

David no levantó la mirada, mantuvo la vista fija en los platos mientras ponía los cubiertos con la misma precisión con la que todo en su vida parecía suceder. Sin prisa, sin emoción.

— Estoy bien. — Su respuesta fue tan fría como siempre, aunque por dentro, las palabras parecían vacías.

Su madre lo miró un instante, antes de suspirar y sentarse frente a él.

David se acomodó en su silla, tomando el primer bocado sin mucho interés. El sabor de la comida era simplemente eso: un sabor, algo que pasaba sin dejar huella. En su mente, las imágenes de Aiko seguían flotando como espectros, mezclándose con la vida en la escuela, con los saltos entre los techos, con la regeneración de su propio cuerpo.