El sonido de la puerta se oyó, interrumpiendo el suave murmullo de la televisión y el crujir de las páginas del manga que David sostenía entre las manos. Fue un sonido familiar, el de la entrada, pero esta vez algo lo hizo diferente. No era el sonido de la rutina diaria. No era su madre volviendo del trabajo ni el eco de su hermana cambiando de canal en la televisión. Esta vez, la puerta se abrió con una rapidez que hizo que David levantara la mirada, aunque no por mucho tiempo.
— David... — La voz de su madre resonó desde la entrada, con una mezcla de sorpresa y algo de confusión. — Te busca una chica.
David dejó el manga a un lado y se incorporó lentamente, sin prisa, como si no le importara. Aunque no lo dijera en voz alta, su mente ya había empezado a hacer conexiones. La puerta de la entrada estaba abierta, y aunque su madre nunca hubiera hablado de visitas imprevistas, algo en su tono le indicó que la persona que había llegado no era alguien común.
Con paso firme, Aiko se asomó por la puerta, su cabello rubio brillando con los últimos rayos del sol que entraban por las ventanas. Su figura, aún recibiendo la luz del atardecer, parecía sacada de un sueño extraño. Sus ojos, un poco sorprendidos por la atmósfera tranquila de la casa, se encontraron con los de David, quien la observaba con una expresión imperturbable.
Aiko no dijo nada al principio. Su mirada fue un reflejo de esa extraña mezcla de curiosidad y algo más que no lograba descifrar, como si su presencia en la vida de David estuviera más allá de un simple encuentro casual. Pero cuando finalmente habló, su voz sonó firme, aunque algo vacilante.
— David... — comenzó, sus palabras flotando en el aire con esa suavidad habitual que la caracterizaba. — Te estaba buscando.
David no se movió, no mostró ni una pizca de sorpresa. Todo en él era una calma inquietante, como si las apariciones fueran una constante en su vida. Pero Aiko... Aiko era diferente. Algo sobre su presencia hacía que hasta él dudara por un segundo, algo que no podía entender del todo.
Su madre, que estaba detrás de Aiko, miró a su hijo y le hizo un gesto con la cabeza. Parecía una especie de permiso tácito para que hablara, aunque nada en su rostro mostraba que estaba realmente interesado en la situación.
David se levantó finalmente del suelo, con una leve tensión en sus hombros. Caminó hasta la puerta, sin apuro, y miró a Aiko de arriba a abajo, evaluando la situación con la misma indiferencia que siempre le había dado la vida.
— ¿Qué quieres? — preguntó, su voz firme, pero sin mostrar mucho interés.
Aiko lo observó un momento, como si estuviera buscando una respuesta en sus ojos, una chispa de algo que pudiera cambiar la situación. Sin embargo, se dio cuenta de que David no sería alguien fácil de leer.
— Necesito hablar contigo, David — dijo, casi susurrando, como si no quisiera que su madre escuchara. — Es sobre el entrenamiento. Y sobre lo que está pasando con... nosotros.
David la miró en silencio, y un eco de su vida pasada pareció reflejarse en su rostro. Sin palabras, se dio media vuelta, como invitándola a entrar. Ya sabía que no podría eludirlo por mucho tiempo.
— Entra — dijo, dejando espacio para que cruzara el umbral.
La puerta se cerró detrás de Aiko con un suave clic. La tarde se desvaneció, y una nueva conversación estaba a punto de comenzar. Sin embargo, David no podía evitar la sensación de que algo más grande se estaba acercando, algo que, a pesar de su indiferencia, sabía que tarde o temprano tendría que enfrentar.