El aire fresco de la tarde envolvía el jardín de la casa, el suave sonido de las hojas moviéndose con la brisa era lo único que rompía el silencio pesado que se había instalado. David caminó delante de Aiko, guiándola hacia un rincón apartado del jardín donde la luz del sol ya no llegaba con tanta fuerza. El ambiente estaba tranquilo, casi etéreo, pero una incomodidad flotaba entre ellos, como un velo invisible que ambos intentaban ignorar.
David se detuvo, se giró ligeramente para mirarla, y sus ojos se clavaron en ella con esa intensidad que pocas veces mostraba. Algo en la presencia de Aiko le desconcertaba, algo que no podía comprender. Ella estaba aquí, en su casa, cuando él no había ido a la escuela. No tenía sentido.
— ¿Cómo encontraste mi casa? — preguntó, su voz seria, aunque sin esa hostilidad habitual. No había acusación, pero su pregunta flotaba en el aire con una claridad inquietante. — Hoy no fui a la secundaria...
Aiko, que había seguido el paso de David sin decir una palabra, se detuvo también, observando cómo él se mantenía distante, casi como si intentara apartarse de ella, a pesar de que lo había invitado a entrar. Su rostro, siempre tan calmado y sereno, parecía esconder algo que no lograba descifrar. Algo profundo y complicado.
Ella respiró hondo antes de hablar, y sus palabras salieron con un tono más suave, como si temiera que su respuesta pudiera ser malinterpretada.
— Te estuve buscando desde la mañana. — comenzó, mientras sus ojos miraban el jardín sin realmente verlo. — Sabía que no ibas a ir a la escuela, por eso... busqué un lugar donde quizás pudieras estar. He tenido un buen ojo para estas cosas desde pequeña.
David frunció el ceño, sus ojos buscando una pista en su rostro, algo que le dijera si estaba mintiendo o no. El hecho de que Aiko pudiera saber más de lo que él había planeado era desconcertante, pero no tan sorprendente. Siempre había algo en su alrededor que lo mantenía bajo constante vigilancia, como si fuera parte de algo que nunca podía escapar.
— ¿Y por qué me buscabas? — dijo, esta vez con un tono más agudo, como si la respuesta fuera vital para entender todo el caos que comenzaba a formarse en su mente.
Aiko levantó la mirada, y por un segundo, sus ojos brillaron con una mezcla de incertidumbre y determinación. No sabía cómo decirlo, cómo explicarle la razón detrás de su visita sin que pareciera un juego. Pero sabía que no podía ocultarlo más.
— Porque eres parte de algo mucho más grande, David. — dijo en voz baja. — Y lo que está por venir... no puedes enfrentarlo solo.
El silencio que siguió fue espeso, y David no respondió de inmediato. La última frase de Aiko quedó suspendida en el aire entre ellos, como una amenaza suave pero segura. Él podía sentir la presión de sus palabras, pero no quería admitir que, de alguna forma, sabía que tenía razón.
David nunca había pedido ayuda, nunca había necesitado a nadie. Sin embargo, algo en su interior le decía que, tal vez, esta vez fuera diferente. Algo en la forma en que Aiko lo miraba, como si supiera que las piezas del rompecabezas estaban comenzando a encajar de manera inevitable.
— ¿Qué es lo que tengo que enfrentar? — preguntó, al fin, con una mezcla de duda y desconcierto. Su voz, normalmente tan firme, estaba teñida de una grieta que él no podía ignorar.
Aiko no respondió de inmediato, pero sus ojos brillaron con una luz tenue, como si estuviera preparándose para decir algo mucho más profundo de lo que había dicho hasta ahora.
— El mundo no se ha olvidado de ti, David. — dijo en voz baja, casi como un susurro, que se perdió en el viento. — Y tal vez sea hora de que tú tampoco te olvides de lo que eres.