Cuando la última nota de su ocarina se desvaneció en la brisa nocturna, David abrió los ojos y suspir. El mundo seguía igual de silencioso, pero dentro de él, algo se sentía un poco más ligero.
Guardó su ocarina y bajó del techo con la misma facilidad con la que había subido. Entró a la casa sin hacer ruido, deslizándose entre las sombras como si fuera su segunda piel.
El pasillo estaba oscuro, pero conocía cada rincón de su hogar. Pasó junto a la habitación de su madre y la de su hermana, escuchando sus respiraciones tranquilas.
Al llegar a su cuarto, cerró la puerta, se quitó la camisa y se dejó caer en la cama.
El cansancio no era físico, sino mental. Demasiadas cosas en su cabeza, demasiadas preguntas sin respuesta.
Miró el techo por un momento antes de cerrar los ojos.
Y sin darse cuenta, se sumergió en la negra del sueño.