El sol apenas asomaba por el horizonte cuando David abrió los ojos. Se quedó unos segundos mirando el techo, dejando que su mente volviera del letargo del sueño.
Sin perder el tiempo, se levantó y se dirigió a la cocina. Su madre ya había salido a trabajar y su hermana aún dormía. El silencio de la casa era casi reconfortante.
Preparó un desayuno sencillo: tostadas y café negro. Comió sin apuro, con la mirada fija en el vacío, perdido en sus pensamientos.
Al terminar, se puso su uniforme escolar, guardó su ocarina y, por costumbre, deslizó un pequeño kunai en el interior de su chaqueta. Aunque ya no era necesario, la costumbre era difícil de romper.
Salió de casa con la katana de entrenamiento bien sujeta en su mochila. El mundo ya estaba despierto, lleno de ruido de autos, conversaciones y pasos apresurados.
David caminó por la calle con su habitual expresión fría e imperturbable.
Otro día en la secundaria… otro día ocultando lo que realmente era.