David llegó a la secundaria justo cuando el timbre de entrada resonó por todo el edificio. Como siempre, avanzó entre los pasillos sin prisa, ignorando las conversaciones y las miradas curiosas de algunos compañeros.
Su presencia era un enigma: distante, impenetrable, como una sombra que simplemente pasaba desapercibida hasta que alguien intentaba mirarla demasiado de cerca.
Entró a su salón y tomó asiento en su lugar habitual, junto a la ventana. Desde allí, podía observar el patio, el cielo nublado y la brisa agitando las hojas de los árboles.
No pasó mucho tiempo antes de que la puerta del aula se abriera nuevamente.
Aiko entró.
Su cabello rubio reflejaba la luz matutina, y sus ojos buscaron a David de inmediato.
Él desvió la mirada, encontrando que no la había notado.
No tenía ganas de hablar. No tenía ganas de responder preguntas.
La clase estaba por comenzar, pero algo le decía que aquel día no iba a ser tan normal como los demás.