David se giró sin una palabra.
Dejó atrás el centro del dojo, donde el eco del combate aún vibraba en el aire, y caminó hacia el pequeño sector donde descansaban las botellas de agua.
Sus pasos eran serenos, como si nada hubiera ocurrido. Como si no acabara de derribar a la campeona mundial de kenjutsu con un solo movimiento.
Tomó la botella, destapó el agua con calma, y bebió.
Sus ojos dorados se perdieron por un instante en el reflejo del líquido. El sudor le caía por la sien, pero su respiración era controlada, firme.
A lo lejos, el maestro observaba en silencio. Y Melissa también. Pero David no miraba a nadie.
El agua bajaba fría por su garganta, mientras su mente se mantenía tan afilada como su katana.
Porque para él, esa pelea no había sido el final de nada.
Era solo el principio.