CAPÍTULO 47: Camino Bajo el Sol que Cae

David se secó el sudor con una toalla, sin apuro.

Fue al vestidor, se quitó el uniforme del dojo y se vistió con su ropa de calle: camisa negra, pantalón oscuro, su katana envainada colgando discretamente a su espalda. No dijo nada al maestro, ni a Melissa. No hacía falta.

El dojo, ese santuario de disciplina y combate, quedaba atrás.

Salió a la calle justo cuando el cielo comenzaba a teñirse de naranja y violeta. El sol se despedía del día, y la ciudad rugía con su habitual sinfonía de motores, bocinas y murmullos.

David caminaba tranquilo, sin prisa. Su sombra larga lo acompañaba, bailando entre los muros y las veredas rotas.

El viento jugaba con su cabello rubio, y su mirada seguía al frente, como si cada paso estuviera escrito en un destino que solo él entendía.

Volvía a casa.

Pero algo en el aire, en su respiración, en el peso de la katana sobre su espalda... decía que la calma no duraría.

Y él lo sabía.