CAPÍTULO 51: El Llamado de la Calma

El tiempo se volvió lento.Las sombras del atardecer se estiraban como suspiros larguísimos sobre el pasto. El canto lejano de un pájaro fue lo único que rompió el silencio, mientras David seguía ahí, inmóvil.

Meditaba como si el mundo no le interesara.Como si estuviera intentando escucharse a sí mismo entre tanto ruido del clan, del deber, de las promesas que no pidió.

El viento jugaba con las hojas secas a su alrededor. Su katana reposaba sobre sus piernas como un viejo amigo fiel, y su respiración era tan suave que parecía que él también se estaba desvaneciendo con la luz del día.

Y entonces, la voz.

—¡David! ¡La comida está lista! —gritó su madre desde adentro, en ese tono que mezclaba dulzura con rutina.

No era una orden.Era un ancla.Un recordatorio de que, por más batallas internas, aún había sopa caliente y arroz esperando.

David abrió los ojos lentamente.

El cielo ya no era rojo, ahora era violeta y azul profundo. Las primeras estrellas temblaban allá arriba.

Se levantó con calma, sacudió un poco su pantalón, tomó su katana y volvió a caminar hacia la casa.

La guerra podía esperar.Por ahora, era hora de cenar.