David se sentó en la mesa, con el rostro sereno pero los pensamientos ardiendo como carbón bajo la ceniza.Tomó los palillos con calma, sirvió arroz en su cuenco, y comió en silencio, cada bocado con la cadencia de alguien que piensa más de lo que dice.
Frente a él, su hermanita comía feliz, moviendo las piernitas bajo la silla, con la boca manchada de salsa y la mente a mil mundos de distancia.Ella era un pequeño sol en una casa llena de sombras largas.
Y al fondo, las voces.
El abuelo y su madre hablaban. No discutían, pero tampoco era una charla común.Era el tipo de conversación que usaba palabras suaves para disfrazar cuchillas.
—…No está listo aún. Sigue guardando todo. Hasta para sí mismo.—Es joven. Está buscando su camino.—No tiene tiempo para buscar. El clan no va a esperarlo.—No pienso dejar que lo arrastres a lo mismo que destruyó a su padre.
David no giró la cabeza.Solo siguió comiendo.Pero sus oídos estaban más atentos que nunca.
Porque no era solo una cena.Era el borde de una elección.Una frontera donde lo que era, lo que querían que sea y lo que él deseaba ser… comenzaban a chocar.
Y mientras el arroz se enfriaba en su boca, supo que pronto tendría que elegir.Y que ninguna elección lo dejaría intacto.