David dejó los palillos en su cuenco sin hacer ruido.Ni una palabra, ni una excusa.Solo se puso de pie.
Su madre lo miró con ese gesto que decía "te conozco, pero no te detendré".El abuelo ni siquiera volteó.Ya lo sabía.Ya lo esperaba.
David caminó hacia la puerta como una sombra.Abrió. Cerró.Y el mundo de adentro quedó atrás.
La noche lo recibió con una brisa fría y una luna que parecía más un ojo vigilante que un astro.
Subió al muro con un solo salto.Y de ahí, al techo vecino.Después al siguiente.Y al siguiente.
La ciudad dormía, pero él no.Él era una bestia silenciosa, una historia con patas que se negaba a ser escrita por otros.
Desapareció entre tejas y antenas, entre neones y gatos callejeros.Solo su katana, su respiración y la duda constante en su pecho lo acompañaban.
Porque a veces, uno no huye.Solo necesita espacio.Para pensar.Para no romperse.O para romper lo que deba romperse.
David estaba en movimiento.Y cuando él se movía, el mundo temblaba sin saberlo.