David volvió a su taza de té. Caliente. Amargo. Perfecto.
La escena frente a él, en cambio, era puro fuego cruzado. Y esta vez, sin filtros.
—Por lo menos mi pelo no es blanco —escupió Aiko, con una sonrisa venenosa y los brazos aún cruzados—. Ni tengo esos ojos de vampiro pasado de moda .
Melissa giró con una lentitud letal. Su mirada roja ardía.
—Y por lo menos yo no soy una nena mimada de papá , que vive creyendo que es la princesa de un cuento ninja? —dijo, cada palabra como una daga—. Se te subió la fama a la cabeza, Aiko. Y aún así… David te humilló . En tu propio terreno. En tu precioso dojo.
Silencio.
David alzó una ceja, sin intervenir. Solo observaba, como quien ve a dos lobos marcar territorio. No hay estafas. Sino con palabras.
Aiko se levantó, el rubio de su cabello reluciendo como oro bajo la luz de la lámpara.
—¡Eso fue suerte! ¡Él me sorprendió! Yo no estaba en mi mejor forma ese día.
Melissa suena con esa calma que precede al huracán.
—Claro… lo mismo dijeron los otros cinco campeones a los que derroté. Pero no te preocupes… esta historia también la perderás .
La sirvienta, mientras tanto, seguía cortando tofu. Como si no estuviera ocurriendo nada. Como si no escuchara cómo dos herederas ninja se lanzan cuchillos con la lengua.
David, apoyado contra la barra, terminó su té. Golpeó suavemente la taza sobre la madera.
—¿Ya terminaron con el concurso de inseguridad? ¿O quieres que prepare un ring y lo transmitamos en vivo?
Ambas se quedaron en silencio, tensas. Un segundo. Dos.
—Porque si van a vivir acá —continuó, girando hacia la ventana—, deberían aprender a insultarse con más clase… o simplemente pelear de una vez. Pero si siguen así, lo único que van a lograr es aburrirme. Y eso sí que no se los perdono.
Dejó la taza en el lavaplatos y salió de la cocina. Sin mirar atrás.
Y así, una tensión invisible quedó flotando entre las paredes. Aiko, ardiente como el sol. Melissa, fría como el acero. Y David...
David era la tormenta que aún no llegaba.