CAPÍTULO 63: Ojos Dorados, Treguas de Papel

El silencio era tan peso que hasta el arroz pegajoso parecía denso como plomo.

Los palillos tocaban los platos con timidez, la sirvienta se movía como un susurro, y el reloj de la pared parecía no querer moverse.

Entonces, entre bocado y bocado… Aiko habló.

Por ahora… es la tregua, albina.

Las palabras salieron lentas, como si las saboreara más que el sashimi. Cortantes, pero elegantes. Como si fuera una reina cediendo el paso a una rival por mera estrategia, no por derrota.

Melissa giró la cabeza, lista para escupir otra línea venenosa… pero no lo hizo.

Porque David ya la estaba mirando. Y sus ojos...

Dorado líquido. Fuego liquido. Silencio puro.

No solo la miró a ella. Miró y Aiko . Fijó. Profundo.

Como si pudiera ver su alma desnuda entre las palabras orgullosas. Como si su mirada la desnudara de títulos, promesas, traumas y arrogancia.

Y ahí, justo ahí… Aiko lo sintió.

El aura.

Pesada. Imponente. Antigua. Como si todo un linaje de asesinos silenciosos le susurrara al oído: "No olvides con quién estás hablando".

Sus labios se cerraron. Sus hombros bajaron. Y la tregua… ya no era una estrategia.

Era una interpretación silenciosa. Un reconocimiento tácito. David no necesitaba gritar para que el mundo lo escuchara.

Él era un faro en medio de un mar de pretensiones.

Volvio a su plato. Siguió comiendo.

Y Aiko solo bajó la mirada, mientras Melissa no pudo evitar pensar, por primera vez en mucho tiempo…

"No tengo idea de con quién estamos viviendo."

La tregua seguía en pie. Pero ahora… ya sabían cuál era el centro de gravedad en esa casa.

Y tenía ojos dorados.