¡CLACK!
La puerta principal se abrió de golpe, sin anuncio ni permiso,como si el mundo mismo hubiera olvidado cómo tocar el timbre.
Un vendaval de risas y pasos pequeños irrumpió la calma.
—¡Onii-chaaan! —gritó una voz cristalina, tan dulce como los caramelos que seguro traía en los bolsillos.
Melissa y Aiko se giraron al instante, alarmadas, listas para un ataque, una amenaza…pero lo que vieron no era nada de eso.
Era una niña.Pequeña.Con trencitas despeinadas por el viento.Con un vestido arrugado de tanto correr.Con la mochila colgando de un solo hombro…y el corazón desbordado de alegría.
Entró como un rayo directo hacia la sala.Saltó entre los muebles.Se escurrió como una sombra feliz por el pasillo…
Y sin tocar la puerta, la abrió con un empujón desproporcionado para su tamaño.
David estaba ahí.Sentado.Con el manga abierto en su regazo,su katana recostada contra la pared,y los ojos medio cerrados,hundido en esa paz que tanto defendía.
Pero apenas ella entró,su cuerpo entero se iluminó,como si la luna hubiera entrado en su cuarto con los pies descalzos.
La niña se lanzó a sus brazos sin freno.
—¡Te extrañé un montón, onii-chan! ¡Mamá me trajo por sorpresa! ¡Hoy puedo quedarme a dormir!
David no dijo nada al principio.
Solo cerró el manga con suavidad.Sus brazos se movieron lentos…pero seguros.Y la rodearon.
La abrazó.
Con una ternura que ni Aiko ni Melissa habían visto jamás en él.
Una sonrisa —auténtica, cálida, sin máscaras—se dibujó en su rostro por primera vez en mucho tiempo.
—Yo también te extrañé, Hana. —susurró.
En la cocina, la sirvienta solo sonrió para sí.
Aiko y Melissa quedaron congeladas.Esa niña…esa pequeña flor…acababa de entrar sin permiso al santuario de un dios silencioso,y lo había hecho sonreír.
Una niña que no conocía las espinas de los adultos,pero que sí sabía algo que ni Aiko ni Melissa parecían comprender aún:
David no necesitaba ser amado.Él necesitaba ser recordado como humano.Y su hermanita…era la única que aún lo hacía.