La casa estaba en calma.La luna colgaba como un farol apagado en el cielo.David dormía en su cuarto,su respiración firme como la de un guerrero que nunca baja la guardia… ni en sueños.
Mientras tanto, en el salón,la tenue luz cálida bañaba los rostros de Aiko y Melissa,quienes, por primera vez desde que se conocieron,no se gritaban.
La sirvienta Elizabeth, con su porte digno y su taza de té en la mano,las observaba como una madre observa a sus hijos pelear por un juguete que ninguno entiende.
—¿Él siempre fue así? —preguntó Aiko, mirando la taza de té sin beberla.
—Desde que era un niño —respondió Elizabeth—.Callado. Intenso. Observador.Como si cada momento de su vida fuera parte de una estrategia más grande.
Melissa, recostada contra el respaldo del sofá, soltó un suspiro.
—Pensé que ganarme su respeto sería cuestión de vencerlo en combate. Pero…me miró como si ya supiera que iba a perder.
Elizabeth sonrió apenas.Una sonrisa que decía "sí" sin decirlo.
—David no es de los que se impresionan por la fuerza.Él admira el equilibrio, la disciplina, el propósito.Y sobre todo, la paz…esa que ustedes dos casi rompen a gritos esta tarde.
Aiko bajó la mirada.Melissa apretó los labios, como tragándose una disculpa.
—¿Y qué le gusta? —preguntó Aiko, esta vez con genuina curiosidad.
Elizabeth las miró, como si estuviera midiendo su sinceridad.
—Le gusta leer en silencio. Le gusta su hermana, porque lo trata como si no fuera una bomba de tiempo.Le gusta la lluvia, el sabor del té de jazmín… y tocar la ocarina bajo la luna.Pero lo que más le gusta… es que nadie le diga qué hacer con su vida.
Silencio.
Melissa miró a Aiko.Aiko desvió la mirada.
Por primera vez, parecía que ninguna quería ganar.Solo… entenderlo.
Y en el piso de arriba,David soñaba con un campo de batalla silencioso,donde los únicos enemigos eran los recuerdos.