El sol se filtraba por las cortinas como un suspiro dorado,acariciando los rostros dormidos de Aiko y Melissa,ambas desplomadas en el sofá como dos rivales vencidas… por el cansancio.
David bajó las escaleras en silencio,como si flotara en otra dimensión.Caminó sin apuro, se lavó la cara,y al regresar al salón, los vio:el caos dormido en forma de sus prometidas.
Sin emitir palabra, se sentó en su futón.Deslizó con cuidado una caja recién acomodada por Elizabeth,y de ella sacó el volumen 13 de su manga favorito,la edición ilimitada que Aiko había traído con tanto orgullo la noche anterior.El tacto del papel… perfecto.La tinta aún olía a imprenta y nostalgia.
La casa estaba en silencio…hasta que desde la cocina, con la puntería de un ninja y la gracia de un gato salvaje,Hana, su hermanita, lanzó dos almohadas al campo de batalla dormido.
—¡Despierten, holgazanas! ¡El desayuno no se come solo! —gritó con su voz de campana infantil.
¡POM! ¡POM!
Ambas almohadas dieron en el blanco.Aiko gruñó medio dormida. Melissa se revolvió como si estuviera en una pesadilla.
Y entonces, sin levantar la vista del manga,David pronunció con su voz serena,esa que no se discute:
—Hana, compórtate. No molestes.
La niña bufó desde la cocina.
—¡Eres más gruñón que abuelo cuando no encuentra sus lentes!
David apenas sonrió.Una de esas sonrisas que duran un suspiro y se esconden rápido.
La mañana seguía.Afuera, el mundo corría con prisa.Pero en esa casa…las páginas se pasaban con calma,las promesas dormían con almohadas voladoras,y la paz, por un momento… era real.