Todo parecía estar en orden…Hasta que Hana, con esa sonrisa traviesa que solo los hermanos menores pueden tener,tomó una almohada y, sin pensarlo dos veces,se la estampó a David en plena cara.
—¡BOOM! ¡Ataque sorpresa del clan Hana! —gritó con risas chispeantes.
El manga cayó.El silencio se rompió como un vaso de porcelana.Y por un segundo, el mundo se quedó sin oxígeno.
David se levantó. Sin enojo. Sin palabras.Solo con esa mirada suya:esa que podía cortar montañas o calmar mares.
Tomó a Hana como si fuera una pluma con patas.La sentó en el sofá con una precisión quirúrgica.Le puso el control remoto en la mano.Y con dos botones, le encendió la televisión.
—Ahí está. Tu programa de animalitos ninja que hablan. No molestes.
Hana, aunque derrotada, sonrió como si hubiese ganado una guerra.
David, como si nada hubiera pasado,se dirigió a la cocina, abriendo los cajones con elegancia de samurái moderno.Sacó su taza favorita —esa negra con una runa grabada—y puso a hervir agua para su té de jazmín,el único aroma que le daba paz en un mundo que apestaba a plástico y ruido.
Mientras el vapor comenzaba a danzar en el aire,David se apoyó en la mesada y cerró los ojos por un instante.
Una niña, dos prometidas rivales, una sirvienta estoica,y un clan entero detrás de todo...
Y aun así, ahí estaba él,calmado como si su alma viviera en otra época,con una katana en el corazóny un manga en las manos.