El vapor del té dibujaba espirales en el aire como si fueran sellos antiguos,y David lo tomaba con la paciencia de un monje y el estilo de un ronin moderno.Cada sorbo era una pausa.Cada pausa, un muro entre él y el caos cotidiano.
En el sofá, Hana cantaba con voz aguda y sin ritmola canción de su dibujito favorito:
—🎵 ¡Nin-nin ninja, salta sin parar! Los conejos samuráis van a luchar! 🎵
David no decía nada.Pero sonrió un poquito. Muy poquito.Como si ese caos adorable fuera su medicina secreta.
Entonces, entre la tonada chillona y el perfume suave a jazmín,Melissa y Aiko se acercaron al futón.Ya no se peleaban… al menos por ahora.Tal vez era el té.Tal vez era la tensión de vivir bajo el mismo techo que una bomba con ojos dorados.
—David… —empezó Melissa, bajando el tono—, ¿qué cosas te gustan? O sea… ¿además de leer?
Aiko frunció el ceño como si eso fuera trampa.
—Sí —interrumpió—. Nunca dices nada personal. Solo observas. ¿Te gusta el ramen? ¿Los gatos? ¿El frío? ¿El jazz? ¿Qué?
David no levantó la vista.Pasó la página de su manga con la misma calma de siempre.Y solo después de unos segundos, dijo:
—El té amargo. El invierno. Los trenes nocturnos.El olor del papel viejo. Las espadas forjadas a mano.Y la lluvia cuando no tengo que hablar con nadie.
Silencio.
Melissa y Aiko se miraron.Aiko soltó un "hmph" con los brazos cruzados.Melissa lo anotó mentalmente como si fuera una misión secreta.
Y David, como si no hubiera pasado nada, volvió a su manga.Pero por dentro, muy en el fondo de ese chico frío como el acero...una chispa extraña empezaba a encenderse.Una chispa que ni el té ni el silencio podían apagar del todo.