Elizabeth, la sirvienta que había estado desde que David usaba pañales y le temía al agua caliente, entró con una expresión que mezclaba formalidad con cierta nostalgia. Se paró derecha, como una hoja de papel bien doblada, y dijo con voz suave pero firme:
—Joven amo… su abuelo me informó que tanto Yuki como yo debemos volver a la mansión en las afueras de la ciudad. A partir de mañana.
David cerró el manga que leía, dejó el libro con cuidado sobre la mesa, y asintió sin emoción aparente, aunque su aura cambió, como el cielo antes de la tormenta.
—Está bien —dijo, con voz de piedra pulida—. Si el anciano lo desea, que así sea.
Elizabeth apenas levantó la mirada.
—¿Desea que le informe al maestro que...?
—No. No hace falta —interrumpió David—. Dile que respeto su voluntad. Pero que también respete la mía.
Aiko y Melissa lo miraron, curiosas, tensas, como si sus nombres fueran bombas con el seguro flojo.
David dio un paso al frente, se cruzó de brazos, y lanzó la sentencia:
—Aiko y Melissa serán mis esposas. Ellas se encargarán de mantener esta casa, de cuidar cada rincón como si fuera su templo. Yo trabajaré. Me guste o no al anciano. No quiero vivir solo de su maldita pensión de 900 millones de wones al mes. No soy un florero de porcelana, ni una estatua de su legado.
Melissa abrió los ojos como platos.
Aiko lo observó en silencio, con el orgullo un poco encendido.
—Yo quiero ganarme lo mío —continuó David, con ese fuego en la voz que quemaba más que el sol de verano—. Quiero tener el derecho de decir esto es mío porque luché por ello. No porque me lo dio alguien que controla los hilos desde la sombra.
Elizabeth asintió con una pequeña reverencia, conteniendo el suspiro que amenazaba con traicionar su corazón de sirvienta leal.
—Entonces, joven amo… mañana partiremos.
—Gracias, Elizabeth —dijo David, esta vez más suave, más humano.
Y mientras la noche empezaba a cubrir la ciudad, Aiko y Melissa se dieron cuenta de algo:ese chico de ojos dorados no era un heredero mimado.Era un rey en formación.Y su corona no la llevaba en la cabeza… la llevaba en la mirada.